lunes, 9 de septiembre de 2019

Estoy muerto y sin embargo vivo (1975)




Estoy muerto y sin embargo vivo (1975)

Karel Kosík [*]


Querido Jean-Paul Sartre,

El asunto sobre el cual le escribo en esta carta abierta no es suficientemente interesante para atraer la prensa sensacionalista. Pero no es a un anónimo devoto de lo sensacional a quien me dirijo. Es a usted. Y, a través de usted, a todos mis amigos socialistas, democráticos y comunistas que son también amigos de Checoslovaquia. No le dirijo una petición o una protesta, sino una simple pregunta que tiene una vital importancia para mí:

¿Soy culpable?

Esta cuestión me obsesiona desde el 28 de abril, cuando la policía registró durante siete horas mi apartamento y confiscó más de mil páginas de mis manuscritos filosóficos. El pretexto dado para el registro fue la sospecha de que había ocultado en mi apartamento escritos que constituirían evidencia del crimen de "subversión". Por lo tanto debo asumir que estoy amenazado con una sentencia de prisión de uno a cinco años, tal y como está previsto en el Artículo 98 del código penal. No subestimo el significado de esta amenaza, pero lo que más me angustia es el destino de los manuscritos que me fueron confiscados.

Durante los últimos seis años he estado existiendo en una dicotomía muy peculiar: soy y al mismo tiempo no soy. Estoy muerto y, sin embargo, vivo. En el ámbito de los derechos civiles y humanos elementales he sido reducido a una mera nada y sin embargo he sido agraciado con una existencia excepcional en lo que respecta al cuidado y la atención de la policía. Soy una mera nada; por eso no puedo enseñar filosofía en la Universidad de Carlos ni ser empleado en ningún otro sitio de acuerdo con mis cualificaciones y mi especialidad. Estoy muerto; por eso no puedo participar en las reuniones académicas a las que soy invitado, ni aceptar invitaciones para enseñar en universidades europeas. Como alguien que no es y que en realidad nunca ha sido, no debo llevar a mis lectores al error; por eso todas mis publicaciones son prohibidas, mantenidas fuera de las bibliotecas en Checoslovaquia, mientras mi nombre ha sido censurado en la lista de autores. No existo; por eso las instituciones oficiales no están obligadas a responder a mis quejas y protestas. 

Desde otro punto de vista, existo incluso en exceso, como lo prueban las redadas de la policía que se están volviendo eventos ordinarios. 

Como filósofo y autor he sido enterrado vivo en mi propio país; como ciudadano soy despojado de mis derechos básicos y vivo bajo la sombra de una constante acusación y sospecha. Soy sospechoso aunque no he cometido crimen alguno. ¿Por qué soy sospechoso? Porque considero que el ejercicio del pensamiento es un derecho humano inalienable y ejercito este derecho. Porque considero inalienable el derecho de cada ser humano de tener su propia opinión y de ser capaz de expresarla y comunicarla libremente. Porque incluyo entre los derechos humanos básicos el derecho a preservar la propia integridad.

¿Por qué soy observado con sospecha? Porque, bajo ciertas circunstancias, en un ambiente de desconfianza generalizada, actitudes y valores humanos básicos, como por ejemplo la amistad, el honor, el sentido de la decencia, la naturalidad y la sinceridad, aparecen como una excentricidad y provocación, y palabras y cosas normales toman un sentido pervertido. La simple oración "me torcí el tobillo y cojeo" se convierte, al oído de la policía, en una contraseña para una conspiración. Y aquel que realmente cojea es a los ojos de la policía un mero fingidor que esconde una actividad "nefaria". 

En tal atmósfera, los derechos proclamados públicamente son restringidos o completamente denegados: todo el mundo tiene el derecho a pensar, pero aquel que reflexiona sin permiso y sin que le sea ordenado hacerlo, o quien no piensa tal y como debería pensar, despierta sospecha; todo el mundo puede tener su opinión, pero cualquiera que rechace aceptar opiniones ajenas, impuestas e insubstanciales a la suya propia, que persiste en demandar una discusión racional y libre, se expone a la sospecha; todo el mundo tiene el derecho de preservar su integridad, pero si no se mancilla con indignos golpes en el pecho de lamentación y agradecimiento, no tiene esperanza de que le sea permitido publicar sus escritos o de encontrar el tipo de trabajo para el cual está cualificado.

Los manuscritos confiscados por la policía no estaban ni tan siquiera destinados a la publicación. Consisten en notas de trabajo en borrador y estudios preliminares y bocetos para dos libros que planeo escribir: Sobre la praxis y Sobre la verdad. Estos manuscritos contienen ideas, tanto expresadas por otros en las cuales la policía no está interesada, como mías, que la policía ya conoce de mis libros previos y mis artículos. 

Me gustaría creer al oficial de la Policía Estatal que me dijo que tan pronto como la policía terminara el examen de los manuscritos me serían devueltos. Pero, ¿cuánto tiempo necesita la policía para "estudiar" un millar de páginas de filosofía?

Esto me lleva a otro punto. La policía también ha confiscado los manuscritos de mis amigos, los escritores Ivan Klima y Ludvig Vaculik. Y me fuerza a preguntar si, el 28 de abril de 1975, no fui testigo de acontecimientos que presagian las más graves consecuencias para la cultura checa. ¿Estaba la policía probando la efectividad de un nuevo método, en comparación con el cual la censura vigente hasta ahora era sólo una nimiedad irrisoria? ¿Marca abril de 1975 un intento de imponer en la sociedad un nuevo hábito y una nueva "normalidad" –la confiscación regular de manuscritos? ¿No podría este hábito volverse rápidamente –en la tierra de Franz Kafka– tan natural, tan necesario como consecuencia del adoctrinamiento que los propios escritores llamaran a la policía para que se llevaran sus obras terminadas? No soy un defensor de estas innovaciones.

Como he dicho, hasta la fecha no he recibido respuesta a mi solicitud para el retorno de los manuscritos. Hasta ahora he mantenido silencio sobre las medidas discriminatorias tomadas contra mí. No he protestado públicamente porque sólo mi persona era atacada y esto no ponía en peligro la base de mi existencia –la posibilidad de pensar y escribir. Esta  vez, en el caso de la confiscación de mis manuscritos filosóficos, no puedo permanecer callado. ¡Porque no quiero ser culpable! Me volvería cómplice si me limitara a observar silenciosamente la espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza de todos los escritores de Checoslovaquia –la amenaza de que la policía pueda llevarse en todo momento de cualquier escritor un manuscrito en curso o incluso una obra terminada.

Todavía hay tiempo de eliminar esta amenaza. No he perdido la esperanza en el juicio de las autoridades responsables en Checoslovaquia. Cuento con la lucidez y la consciencia de los amigos socialistas, democráticos y comunistas de Checoslovaquia. 

Con mis más sinceros saludos,

Karel Kosík
Hradčanské náměsti, 11
11800 Praga 1



[*] Texto publicado originalmente en Le Monde el 29-30 de junio de 1975. La presente traducción al castellano de Gerard Marín Plana está realizada, sin embargo, a partir de ediciones en inglés como la aparecida en Index on Censorship. Vol. 4, Nº 4. Págs. 57-58.