La historia de la filosofía como filosofía (1958)
Karel Kosík [*]
La experiencia obtenida durante varios años de trabajo sobre la historia de la filosofía checa puede adquirir significado filosófico sólo si se formula filosóficamente, lo cual presupone que deberá despojarse de todo tipo de contingencia y carácter empírico y resumirse en unos pocos conceptos clave. Sólo de esta forma puede volverse un objeto de interés filosófico, y, por consiguiente, también de discusión y crítica, de precisión y ulterior desarrollo. Este esfuerzo por formular las propias experiencias, sin embargo, ha conducido naturalmente a la búsqueda de aliados ideológicos que ya hubieran formulado experiencias similares de un modo más sofisticado, o que proveyeran ciertas premisas para su expresión filosófica.
I
La historia de la filosofía no puede en principio
situarse en una posición más elevada que la filosofía de la que forma parte.
Cada progreso real en la investigación de la historia de la filosofía presupone
un nivel superior de desarrollo de la filosofía misma. No comprender esta dependencia
conduce a ilusiones ingenuas (que son una cierta forma de reformismo utópico en
la metodología de la historia de la filosofía) de que reformas internas menores
en relación a una especificación y extensión de la definición de la historia de
la filosofía, o a nuevas formulaciones de esta o aquella regla empírica, pueden
conducir a una revolución en la investigación de problemáticas en la historia
de la filosofía.
Franz Mehring sostuvo la opinión de su tiempo que
reducía la historia de la filosofía a un mero reflejo de las luchas de clases,
y negó a la filosofía cualquier valor comprensivo. La historia de la filosofía
se convirtió en la historia de la falsa conciencia, de las petrificaciones
históricas, reflejos de época, cuya validez objetiva persistiría sólo mientras
existieran las condiciones históricas que la engendraron. Es cierto que nadie
sostiene hoy la concepción de Mehring en esta forma. Sin embargo, una mera constatación
o un rechazo general sin un examen más profundo del contexto no
pueden evitar que caigamos periódicamente en un economicismo vulgar análogo al
investigar la historia de la cultura, las ideas, la filosofía. Es necesario
descubrir las conexiones más profundas que yacen tras este error y penetrar
directamente en su base filosófica y punto de partida metodológico. La
concepción reduccionista de la historia de la filosofía de Mehring es sólo una
expresión parcial de su cierta concepción del marxismo y el materialismo
histórico, cuya categoría principal es la condicionalidad económica
de los fenómenos. El determinismo económico presupone que puede descubrir el
valor interno y el contenido objetivo de los fenómenos intelectuales
(filosofía, cultura, literatura) si muestra su condicionamiento económico, es
decir, su dependencia del llamado factor económico.
Se corresponde por entero con nuestra concepción
de la historia de la filosofía como un componente subordinado de
la filosofía si aparecen nuevas concepciones de la historia de la filosofía en
la historia del marxismo que critican la vulgarización de Mehring, en una
fase superior en el desarrollo del marxismo mismo, como una
aparición que acompaña a la nueva concepción del marxismo tal y como fue desarrollada
por Lenin.
Si se entiende la historia de la filosofía como
la historia de la falsa conciencia, que desaparece junto con las relaciones
históricas de las que es un reflejo, la historia de la filosofía no puede ser
un proceso objetivo legítimo, sino meramente denotar una sucesión histórica de
filósofos y de corrientes filosóficas, que en diferentes variaciones históricas
modifican problemas filosóficos fundamentales y siempre idénticos. Y si la
filosofía no es en su esencia independiente, sino un reflejo condicionado de
los conflictos de clase, la comprensión
y evaluación de una u otra filosofía significa sobre todo descubrir la
posición política que mantuvo el autor. Para esta concepción
vulgar de la filosofía es importante, por lo tanto, hallar -y este hallazgo
agota toda su sabiduría, belicosidad y partidismo- que Locke es un filósofo del
compromiso burgués, Kant un representante del provincialismo alemán y Hegel un
portavoz de la débil burguesía alemana o una encarnación de la reacción
aristocrática en filosofía.
Si tratamos de formular polémicamente algunos
conceptos centrales de la teoría marxista de la historia de la filosofía con
esta concepción vulgar, conectamos, naturalmente, con la nueva concepción
del marxismo iniciada por Lenin; al mismo tiempo, con estas categorías
expresamos una concepción que entiende la historia de la filosofía como
filosofía en sí misma, como parte del filosofar. Esta concepción es por lo
tanto, al mismo tiempo, dirigida polémicamente contra la representación positivista
de la historia como una muestra de petrificaciones y observaciones acumuladas,
como una colección de conocimientos que es separada del pensamiento filosófico
y que se puede adquirir independientemente de la filosofía, del pensamiento
filosófico.
El marxista se diferencia, por supuesto, de
tomistas y existencialistas en su concepción de la historia de la filosofía, y también
es prácticamente siempre posible distinguir desde qué perspectiva se presenta
la historia de la filosofía. Sin embargo, el marxismo difiere de todas las
otras concepciones de la historia de la filosofía no por su flagrante
notoriedad, que es una expresión del hecho de que los principios de su propia
filosofía se proyectan en la historia, sino que más bien se caracteriza por una
sobria objetividad, de modo que su contribución, su concepción, su método no
pueden ser reprobados por una u otra preferencia, es decir, por
este o aquel matiz de distorsión de la historia, sino que sólo
pueden ser examinados desde la perspectiva de una plasmación máximamente
verdadera y objetiva del proceso filosófico histórico. La teoría marxista de la
historia de la filosofía no es, por lo tanto, una transferencia de uno u otro de
sus propios principios en la historia, sino un método de la verdadera descripción
de esta historia misma, un método de descubrimiento y detección de la verdad
histórica. El marxismo no puede ser una distorsión de la historia o de las
figuras históricas, una visión unilateral de la historia que busca en el pasado
los predecesores de su propia doctrina y, por lo tanto, realiza una apología de
su propia perspectiva en la historia de la filosofía. La "apología"
del marxismo en la historia de la filosofía es la verdadera descripción de esta
historia.
Es absurdo, por lo tanto, suponer que la teoría y
el método marxistas de la historia de la filosofía puedan revelarse en este o
aquel principio o regla, o que sea posible incluso reducirlos a un cierto número
de principios abstractos que puedan ser presentados como una lista. La cuestión
de qué sea el marxismo en la historia de la filosofía, una cuestión que
presupone que deberá encontrarse una respuesta satisfactoria en unas pocas
frases, pide de hecho lo imposible del marxismo; quiere que una filosofía
dialéctica exponga su propia esencia metafísicamente, es decir, como un
conjunto de verdades consumadas y principios abstractos.
Sin embargo, lo que se aplica al marxismo como un
todo se aplica también a la teoría y el método marxistas de la historia de la
filosofía: no es un principio abstracto, aplicado en condiciones específicas y
áreas parciales, aspecto parcial al que se subordina la totalidad, sino una
teoría comprensiva, un sistema abierto
de conceptos justificados, articulados, autoexaminativos y en desarrollo.
Si la teoría y el método marxistas de la historia
de la filosofía no pueden reducirse a este o aquel principio abstracto o idea
aislada, esto significa positivamente que el marxismo sólo puede aparecer como
una comprensión continua y en desarrollo. El subdesarrollo de la teoría
marxista de la historia de la filosofía, o su osificación en unas pocas fórmulas
generales que se repiten siempre una y otra vez como principios generales,
contrasta claramente -en particular en su abstracción y pobreza intelectual- con
la concreción y riqueza de las categorías y conceptos de Marx; por otro lado
engendra una ilusión liquidadora que toma este subdesarrollo y abstracción de
una cierta fase o forma del marxismo por una característica fundamental del
marxismo en general, y disuelve el marxismo en el progreso científico general
del siglo XX, en el que se pierde el marxismo como filosofía particular.
En tiempos recientes, se han incrustado en el
marxismo dos prejuicios. Uno de ellos es la creencia errónea de que el marxismo
como método y teoría de la historia de la cultura, la literatura y la filosofía
consiste en una búsqueda de un principio positivo abstracto, que en la lucha
histórica logra el triunfo sobre otros principios negativos. En contraste con
los principios de la burguesía que han sido introducidos en la historia, se supone
que el marxismo debe formular sus propios principios, que tienen un significado
positivo, y presentarlos en combate contra los principios negativos. Así, por
ejemplo, la "popularidad" se considera un principio universal de la
interpretación de la historia de la literatura, que es descrita como un
principio superior a la llamada "impopularidad", o la lucha del
principio positivo de la fe proletaria contra el escepticismo pequeñoburgués.
Sobre la base de estos prejuicios modernizados y adaptados, el marxismo ha sido
contaminado de forma modificada por la metafísica del siglo XIX, que apareció
en una serie de obras burguesas. Basta mencionar aquí la obra en tres volúmenes
de Ernst Laas en la segunda mitad del siglo XIX, que entiende la historia de la
filosofía como una lucha entre el platonismo y el antiplatonismo, el idealismo y
el materialismo, y culmina su desarrollo histórico llevando la lucha milenaria
entre estos principios al triunfo final del positivismo.
Una concepción que entienda el desarrollo de la
cultura como una lucha de dos principios abstractos ya sabe de antemano qué
principio triunfará, y desde esta perspectiva la investigación histórica es sólo
una ilustración y una confirmación adicional de un resultado previamente conocido.
En vez de descubrir la lógica en las cosas mismas, se impone la lógica sobre
las cosas y los acontecimientos desde el exterior. Mientras que la dialéctica materialista,
fiel a la antigua tradición, ve su misión en ayudar a resolver problemas y
contradicciones en el mundo, es decir, en descubrir en cada objeto sus
problemas internos y en observar el desarrollo de sus
contradicciones internas, el método de la imposición vulgar envuelve
el problema histórico real en fórmulas nebulosas suprahistóricas, y entiende
los fenómenos históricos como meras variaciones de un patrón predeterminado, inmutable.
Este método vulgar, por lo tanto, no descubre ni resuelve problemas reales, sino
que se enfrenta a pseudoproblemas. Además, se hunde por debajo del nivel de conocimiento
alcanzado varios centenares de años antes por destacados pensadores burgueses.
Mientras Mandeville o Goethe ya tenían claro el papel positivo del mal y la negación
en la historia, la concepción vulgar trata de retratar la negación y los
"principios" negativos como meros errores históricos. Sin embargo, por
una ironía del destino y enteramente en contra su propia voluntad, esta
concepción vulgar magnifica el papel del llamado principio
negativo y mal histórico, pues lo convierte en el iniciador y el sujeto activo
de todos los impulsos y fermentos intelectuales, contra los cuales el principio
positivo sólo reacciona, sin ser él mismo capaz de demostrar iniciativa intelectual.
Esta concepción no estimula la exploración, sino que la adormece. Es suficiente
con tener el principio abstracto correcto para encontrar la verdad. Por tanto,
se restringe la investigación de la verdad a la búsqueda de un principio
abstracto.
Sin embargo, el principio abstracto es un codicioso
que tiene toda su riqueza escondida en un cofre del tesoro, y reduce la multiplicidad
del mundo y la diversidad real del ser objetivo a una fórmula abstracta -a la
verdad de las monedas de oro. Del mismo modo se comporta el doctrinarismo
abstracto, que busca la fórmula más simple para una realidad compleja, y se
figura que puede captar los problemas filosóficos
de tal o cual pensador si encuentra el más simple término ideológico
o político de clase.
La teoría y el método marxistas de la historia de
la filosofía no pueden reducirse a unos cuantos principios generales, sino que,
por el contrario, deben desarrollarse, es decir, justificarse y
formularse como una teoría comprensiva, que sea capaz de progresar desde sus
fuentes internas y contenga en sí misma los requisitos previos de su propia
progresión mediante una orientación hacia la realidad como fuente fundamental
de su desarrollo y, al mismo tiempo, de su propia existencia. Tan pronto como
se acepta la conjetura de que hay una forma consumada de la
teoría marxista de la historia de la filosofía, la historia de la filosofía en
este proceso desciende desde el nivel de la filosofía hasta el subsuelo de la
reflexión acrítica. Mientras varias corrientes vulgares consideran que es
necesario reducir la realidad múltiple a una fórmula abstracta o un principio
absoluto, el marxismo, en cambio, demuestra que la comprensión objetiva de la
realidad significa una reproducción de esta realidad como totalidad concreta, es
decir, como una unidad en desarrollo de determinaciones esenciales.
II
En contraste con Mehring, Antonio Gramsci, a quien
consideramos uno de los representantes más importantes de la etapa leninista en
la filosofía, vuelve en sus meditaciones a cuestiones elementales sobre la
historia de la filosofía, y se aleja así de las aparentemente "cuestiones superiores"
de la metodología. Tras muchos años, Gramsci advierte de nuevo a los marxistas
que el punto de partida de todo examen crítico en el ámbito de la historia de
la filosofía es la obra misma, el texto de la obra. Sin
embargo, para Gramsci este retorno a los presupuestos elementales es sólo el punto
de partida para un avance intelectual que demuestre que el marxismo -que, idénticamente a
todas las otras corrientes científicas, comienza en su investigación
de la historia de la filosofía desde el análisis del texto- llega a resultados que
en su profundidad, objetividad y veracidad superan todos los
métodos críticos previos. El "retorno al texto" de Gramsci es, de
hecho, sólo la superficie externa de su lucha contra el economicismo vulgar
como producto típico de la Segunda Internacional. En la teoría y la historia de
la cultura, el economicismo vulgar se manifiesta de varias formas: como marco histórico
de fenómenos intelectuales y culturales, como creación de la infraestructura
económica para una superestructura espiritual consumada, formulada y
construida, como determinación de las premisas externas del
mundo espiritual.
El economicismo vulgar degradó el marxismo, principalmente,
a un método para determinar los premisas externas de una determinada cultura y
filosofía. Supuestamente, el papel del marxismo es descubrir las precondiciones
sociales objetivas del surgimiento de esta o aquella filosofía u obra
literaria, que se incrustan en un cierto marco histórico y una
cierta atmósfera de época, mientras que los problemas internos propios de la
filosofía o la obra literaria son abandonados a corrientes
no-marxistas, principalmente el positivismo y el empirismo. La búsqueda de la
condicionalidad económica de los fenómenos espirituales es un retorno al
materialismo mecánico pre-marxista. La verdad más elevada de esta concepción es
la constatación de que todo fenómeno espiritual tiene un núcleo terrenal, que
fue -como es sabido- el principio universal del materialismo contemplativo de
Feuerbach, que retuvo los
fenómenos investigados tanto metodológica como prácticamente en su
determinación e integridad, y por lo tanto los trató de manera meramente
pasiva. El economicismo vulgar es una capitulación ante el idealismo, pues
abandona voluntariamente el análisis y la evaluación de las cuestiones internas de
la obra filosófica o literaria, y se satisface con la búsqueda de las
condiciones externas de estas cuestiones.
Sin embargo, el marxismo no es un método para
determinar las premisas externas y las condiciones sociales de la filosofía y
la cultura, sino un método y una teoría de la comprensión, explicación
y crítica de la filosofía, la obra literaria y la cultura espiritual en general.
El marxismo no trata con premisas externas, sino con las cuestiones internas de
la filosofía y la cultura. El marxismo descubre los problemas reales de los
textos filosóficos y las obras literarias, y reproduce concretamente en el
pensamiento su estructura de significado. La interpretación materialista no
significa reducir la riqueza de los fenómenos espirituales a una fórmula
abstracta, sino reproducir en el pensamiento este fenómeno como una totalidad
concreta, es decir, no como una aglomeración de arbitrariedades o un cúmulo de
hechos aislados incoherentes, sino como un todo internamente diferenciado,
articulado, como una unidad de determinación.
El punto de partida, pero al mismo tiempo el
objetivo de la historiografía marxista de la filosofía, es el texto filosófico,
la obra del autor estudiado. A primera vista, parece que en el proceso
histórico filosófico el historiador es quien menos invade el texto filosófico,
quien se aferra más fielmente a la arquitectura, contexto y escala de la obra
misma, quien es más cercano a la verdad y a una exposición objetiva. Si el
historiador de la filosofía recita la obra estudiada en su completitud y se
enorgullece de no añadir nada subjetivo a la obra, en realidad sólo presenta una
parte inerte del todo, del que toda vida ha escapado. De acuerdo con esta representación,
el historiador más ideal de
la filosofía sería un editor que concienzudamente publica textos.
En realidad, la obra del historiador de la filosofía comienza con
la perturbación de la cohesión de la obra presentada por el
autor, en la que el historiador ordena, evalúa e interpreta de acuerdo con otros criterios. Los historiadores que creen que presentan e interpretan con mayor
fidelidad las obras maestras porque supuestamente
no le añaden nada subjetivo, permanecen por completo en la superficie como
historiadores de la filosofía, y se transforman en el mejor de los casos en
comentaristas de la obra. A este tipo de historiadores de la filosofía se aplica
la observación de Schopenhauer de que leer obras de historia de la filosofía,
en lugar de leer a los filósofos originales, es como querer que otro hombre
digiera tu desayuno por ti.
Un verdadero historiador de la filosofía selecciona, ordena la obra estudiada de
acuerdo con ciertos principios, perturba su cohesión, descubre sus relaciones
con otras obras, compara, etc. -Es evidente a simple vista que según este
proceder, que es el proceso mismo del análisis filosófico histórico, existe un
peligro de arbitrariedad y subjetividad. El historiador de la filosofía debe en
parte reconstruir verazmente, interpretar con precisión y caracterizar
objetivamente el texto filosófico, y en parte evaluar la obra,
mantenerse por encima de la obra como un crítico, y no por debajo como un
epígono. Todo historiador de la filosofía es, por lo tanto, un resucitador de
obras filosóficas, pues sobre la base de una selección, evaluación y crítica
reconstruye un todo de la obra, que, por supuesto, es diferente
del todo creado por el autor.
El economicismo vulgar presupone que el texto
filosófico (y en un sentido más amplio, la cultura espiritual en general) por
un lado y la realidad de la clase social por el otro son dos órdenes
independientes, que son combinados en la reproducción intelectual sólo al
final, como dos resultados intelectuales consumados. Por lo tanto,
presupone que se trata de una amalgama de dos resultados de la exploración
independientes el uno del otro: un examen de la sociedad por un lado y un
examen de la obra, del texto, por el otro.
El análisis de una obra filosófica, la
comprensión de su contenido y la evaluación de su verdad objetiva son
imposibles en el marco de la obra misma. El texto de la obra o
el fenómeno espiritual deben ser integrados en la realidad social de tal manera
que revelen sus aspectos "ocultos", su significado real y contenido
objetivo, que permanecen textualmente ocultos en el análisis empírico. En las
"Teorías de la plusvalía", Marx realiza un análisis materialista y
una crítica de las categorías económicas en su desarrollo histórico, a
pesar (es decir, "a pesar" según el economicismo vulgar y el
empirismo) de no ocuparse de la situación histórica-empírica ni de las premisas
económicas o biográficas externas. El método por el cual Marx elabora
la historia de las categorías económicas en las "Teorías de la
plusvalía" sólo puede comprenderse si las "Teorías de la
plusvalía" son consideradas un componente integral de la
obra de Marx, como volumen cuarto de El Capital. La historia de las categorías
económicas en las "Teorías de la plusvalía" presupone la
comprensión de la estructura y la lógica interna del orden capitalista, es
decir, el contenido de los tres volúmenes anteriores de El Capital. Por
eso, al interpretar la historia de las categorías
económicas en su cuarto volumen, Marx no necesita volver a una interpretación
del capitalismo, porque la premisa materialista de la interpretación del cuarto
volumen de El Capital está contenida en los tres volúmenes previos. Fuera de
este contexto -que es orgánico- las "Teorías de la
plusvalía" podrían parecer una inmanencia idealista de categorías,
mientras que en realidad la historia de las categorías
económicas es identificable sólo mediante el esclarecimiento de la
estructura real y la lógica interna objetiva del orden cuyas
relaciones económicas forma y reproduce históricamente. Según Marx,
la historia de la plusvalía sigue las "formas históricamente
decisivas" en las que las leyes de la economía política se expresan y
desarrollan. Sin embargo, toda ciencia -y así también la economía política y la
filosofía- es una formación objetiva que tiene sus propias leyes
internas según las que se desarrolla, y que son independientes de los caprichos
subjetivos de los individuos y se afirman incluso ante sus
intenciones y antipatías subjetivas. Según el ejemplo de Richard Jones, que fue
un sucesor de Malthus y un sacerdote de la iglesia anglicana, Marx demuestra
este carácter objetivo de las leyes de la ciencia, cuya
observancia dirige a resultados determinados independientemente de
las opiniones subjetivas del científico. La historia de esta ciencia,
en este caso la economía política, es la historia del proceso dialéctico de la
reproducción intelectual de la verdad objetiva.
En las "Teorías de la plusvalía" de
Marx, la determinación sociohistórica es el momento interno del
análisis, no su apéndice externo o arbitrario. En el análisis materialista, la
estructura de la sociedad y la determinación histórica de clase se vuelven
un componente del concepto, la opinión, la concepción, la
filosofía investigados. La estructura de la sociedad y la realidad de clase
social no son, por lo tanto, consideradas premisas externas de la cultura, la filosofía o de una obra, sino que el
problema social es examinado como un componente interno de la reproducción espiritual
del fenómeno espiritual estudiado:
El economicismo vulgar es una inversión del
idealismo plano, pues ambos ignoran la conexión interna entre la cultura espiritual
y la estructura real de la sociedad, entre la conciencia social y el ser
social. El idealismo vulgar actúa así porque no tiene conciencia del ser social
y de la estructura real de la sociedad, el economicismo vulgar porque confunde
el ser social, que en su esencia y concreción puede
ser captado sólo teóricamente, como reproducción intelectual de la totalidad
concreta, con una situación empírica-histórica. En la idea del Capítulo XIII de
El Capital, a menudo citada, pero por lo general totalmente incomprendida, Marx
dice: "En efecto, es mucho más fácil encontrar, mediante el análisis, el
núcleo terrenal de las representaciones nebulosas de la religión que proceder
al revés, desarrollar (entwickeln) las formas religiosas
correspondientes a partir de las relaciones dadas de la vida real. Este último
método es el único que puede considerarse materialista, y por lo tanto el único
científico." (Hay que tener en cuenta, por cierto, que la traducción checa
que interpreta la expresión "entwickeln" como deducir hace que sea
muy difícil conocer el verdadero significado del pensamiento de Marx) Una
interpretación incorrecta de esta teoría puede llevar a la conjetura de que el
método materialista consiste en alguna forma de "apriorismo
económico", que "deduce" la comprensión y el conocimiento de los
fenómenos espirituales a partir de la mera comprensión de las condiciones de la
vida real. En realidad, aquí Marx polemiza con el materialismo contemplativo de
Feuerbach, que se contentaba con descubrir el núcleo terrenal de los fenómenos espirituales
dejándolos así sin ninguna mediación con la praxis histórica
de la humanidad. La expresión de Marx "desarrollar" no indica
una deducción de comprensión y conocimiento de los fenómenos espirituales
a partir del ser material, sino la naturaleza mediada de los
fenómenos espirituales con la vida real. En esto consiste la base del
método crítico de la dialéctica materialista de Marx.
La historia marxista de la filosofía es un proceso
de comprensión contemporánea de las ideas y la realidad
social. Es una comprensión más profunda, completa y amplia de la estructura del
significado y la lógica en desarrollo de las ideas sobre la base de y por
medio de un conocimiento profundo de la estructura real de las
formaciones socioeconómicas. En el proceso de conocimiento de una obra
filosófica (y este proceso cubre no sólo la comprensión y la explicación sino
también la crítica, es decir, la evaluación), la ciencia burguesa alcanza
fundamentalmente sólo el primer grado, el llamado análisis lógico de su significado,
o la atribución exterior de esta obra a la realidad social. Si este
procedimiento es serio y honesto, si se basa en la distancia y la erudición, la
ciencia burguesa llega a determinadas observaciones positivas, a un determinado
nivel de conocimiento objetivo, casi siempre rebajado, sin embargo, por la
distorsión subjetiva (un ejemplo clásico en este sentido es "Das
Erkenntnisproblem", la obra monumental de Cassirer). El marxismo debe
pasar inevitablemente por este primer nivel; sin embargo, no permanece
estáticamente ahí, sino que avanza hasta un conocimiento más profundo y
verdadero al situar la obra filosófica en el contexto social para hallar nuevos aspectos
y su estructura de significado. En este sentido, la historiografía
marxista es un conocimiento más profundo de los textos filosóficos sobre la
base de un conocimiento en profundidad de la realidad como un todo, en la cual
el texto se integra. El marxismo se diferencia del economicismo vulgar en
que tanto el punto de partida como la meta de su examen es el texto, la obra
filosófica, de la cual el marxismo aspira a proveer un conocimiento histórico
verdadero y concreto, mientras que el economicismo es fundamentalmente
dualista: por un lado, provee un marco histórico o una descripción externa de
las circunstancias históricas sin ninguna relación interna con el texto,
mientras, por otro lado, deja el texto en su abstracción y aislamiento, es
decir, sin un análisis materialista.
Recientemente, el filósofo de Alemania Occidental
Oehler planteó la vieja pregunta de por qué el problema del
sujeto cognoscente no fue abordado hasta la filosofía moderna, es decir,
poniendo el foco en el lado activo del conocimiento. Él destaca que no fue un
caso de azar o arbitrariedad, sino una cierta necesidad provocada por el hecho
de que "la primera impresión predominante del ser (característica de la
filosofía antigua - KK) perdió su fascinación original, y se volvió claro que
es el "yo" quien juzga el mundo". En otras palabras, Oehler
expresa por lo tanto la vieja idea formulada por Hegel, que afirmó que
Descartes, con su "Cogito ergo sum", había iniciado la filosofía
moderna. Sin embargo, como muestra la argumentación de Oehler, la
historiografía burguesa no es capaz de rebasar el umbral de una mera constatación de
esta realidad. Esta limitación contiene posibilidades reales de
una distorsión idealista de la realidad. El marxismo, que
parte de un descubrimiento de esta realidad, penetra sin embargo hasta su
adecuado esclarecimiento científico, puede al mismo tiempo
revelar falsificaciones idealistas, manifestar su espíritu crítico.
Mientras que la historiografía burguesa, a menudo trabajando con una erudición extraordinaria
(Cassirer), permanece en el descubrimiento de que la filosofía moderna provocó
una revolución copernicana de la cosmología a la gnoseología, e indirectamente
provee una apología para el idealismo trascendental, el economicismo vulgar
pretende interpretar esta realidad materialistamente si corrobora varias
de sus denominaciones ideológicas enumerando datos empíricos de carácter
económico. En contraste, Marx, sobre todo en obras que todavía aguardan evaluación
y elaboración (como los "Grundrisse der Kritik der politischen
Oekonomie"), crea premisas teórico-materialistas reales para un
esclarecimiento científico y por lo tanto simultáneamente crítico de la
filosofía moderna, al demostrar mediante un análisis de la estructura real de
la sociedad burguesa cómo se forma y separa realmente
el sujeto, cómo el hundimiento de la comunidad patriarcal y el surgimiento del
capitalismo crean y enriquecen el
sujeto cognoscente, etc., etc.
El conocimiento de un texto
filosófico, de una obra filosófica es una premisa para la comprensión de esta obra, pero no es en sí mismo esta comprensión.
Así, por ejemplo, Deborin y su escuela contribuyeron significativamente al
conocimiento de Hegel, pero muy poco a su comprensión. Lo conocido no es
todavía comprendido, como dijo el propio Hegel. La comprensión marxista de una
obra presupone el conocimiento, pero este proceso no tiene lugar de tal modo
que lleguemos a la comprensión de una obra sólo cuando se concluye el
conocimiento, sino que la comprensión va de la mano del conocimiento.
El filósofo, teórico o artista que refleja y
reproduce en su propia obra lo que ha vivido durante una cierta década
permanece limitado, en términos de importancia, precisamente sólo a este
momento histórico. Sin embargo, si un obra cultural sobrevive a la época en la
que fue creada, a la atmósfera de la cual se originó, ¿cómo es posible asumir
que una descripción empírica de los acontecimientos de tal
época, incluso si los más significativos, sea capaz de descubrir el valor, la verdad
y el significado de la obra? Los datos biográficos y la descripción histórico-empírica
de los acontecimientos contemporáneos tienen, por supuesto, su significado,
pero sólo un significado subordinado y secundario, que no puede afectar a lo
principal y esencial. Tras estos fenómenos empíricos, el método marxista debe
descubrir, por medio de un análisis teórico, la estructura real de la sociedad
con sus problemas fundamentales, y penetrar en las características específicas
de las clases. Al mismo tiempo, las dos categorías significativas de este
análisis, lejos todavía de esclarecerse, son los conceptos de clase y universal.
En la historia de la humanidad hasta el presente, que ha tenido lugar como la
historia de las clases y sus luchas, una u otra clase ha alcanzado siempre el
progreso. En este sentido, la etapa históricamente alcanzada de lo universal es
también al mismo tiempo de una naturaleza de clase, y lo universal hasta el
presente ha sido capaz de existir y presentarse sólo en una forma concreta de
clase.
El significado y valor interno de la cultura espiritual
de uno u otro período histórico puede esclarecerse como una reproducción
específica del ser social y sus contradicciones. Todo fenómeno, tanto si es de
naturaleza espiritual como material, se comprende y esclarece sólo por medio de
la inclusión en una totalidad histórica concreta, en la que opera y se
desarrolla.
La filosofía puede penetrar toda una época,
introducirse en todas sus esferas y así convertirse en la filosofía de la época
sólo porque es una expresión concentrada del pensamiento de la época misma. La
filosofía es una reproducción intelectual consciente de los problemas fundamentales
de su tiempo, que emergen de la estructura real de la sociedad y se proyectan en
formas específicas en la cultura, la ciencia, la vida cotidiana, etc. La filosofía
puede penetrar en una época sólo porque es una expresión conceptual sistemática
de aquello que impregna objetivamente tal época, que es su
problema fundamental, objetivo. El intento de Lukács de formular una
interpretación marxista del joven Hegel sobre la base de una confrontación de
la filosofía de Hegel con la economía política inglesa es una de las
manifestaciones de la fecundidad y las posibilidades latentes del método marxista.
Sin embargo, este proceder, tan exitoso en un caso particular, no es universal.
La comprensión de la realidad objetiva no se da uniformemente, y una de las
manifestaciones del desarrollo desigual de esta comprensión es el hecho de que
cada época se caracteriza por esta o aquella área de la ciencia, que es
central y encarna los problemas fundamentales de la época. Al investigar la
historia de la filosofía, es importante pasar de una mera afirmación acerca
de la conexión entre el desarrollo de la filosofía y el desarrollo de la
ciencia a un examen concreto de qué ciencia es central en una
época dada y cuál es su conexión concreta con la filosofía.
Esto puede realizarse a partir del descubrimiento de los problemas teóricos,
metodológicos y científicos fundamentales de esta área de la ciencia y averiguando
en qué medida las problemáticas específicas de esta ciencia son también
filosóficas, es decir, hasta qué punto esta ciencia es potencialmente
filosófica en sus problemáticas específicas y concretas. La relación entre
filosofía y economía política en Hegel y en mayor grado y mayor medida todavía
en Marx tenía que adquirir un significado central, porque no sólo se
concentraban en la economía política los problemas fundamentales de la época,
sino que esta disciplina también abordó, como sus propios problemas
específicos, cuestiones que son de un carácter eminentemente filosófico. En
este contexto, Gramsci llama la atención sobre ciertos aspectos pasados por
alto por Lukács, como por ejemplo cómo las problemáticas del mercado
capitalista mismo, la realización del valor, etc., como conceptos centrales de
la economía política clásica, contenían en sí los problemas filosóficos de la
libertad y la necesidad del individuo y la sociedad, las tendencias de desarrollo
y las leyes de la sociedad, etc.
III
El marxismo, que interpreta la conciencia social
como el ser social trasplantado en la cabeza humana, reveló simultáneamente
una nueva función de esta conciencia. La conciencia no puede
ser explicada desde la conciencia misma, sino desde el ser. Sin embargo, puesto
que la conciencia es un reflejo complejo del ser, el análisis de
la conciencia social al mismo tiempo se convierte en una imagen de rayos X del
ser social mismo. La imagen del mundo y la conciencia del mundo en la cabeza
humana son un componente del mundo imaginado, pues el mundo social no existe
sin las personas y su conciencia. Toda sociedad no es sólo lo que es
"objetivamente", independiente de la conciencia de la gente, sino
también cómo se refleja en la conciencia de su gente. Henri Gouhier, para quien
la "visión del mundo" es sólo una imagen subjetiva del
mundo en el pensamiento, un mundo que es creado por la mirada
de este o aquel pensador o poeta, encuentra con esta interpretación las dificultades
que son inherentes a la reflexión idealista. Esta interpretación idealista no cuestiona
en absoluto por qué el "mundo" de Descartes difiere
del "mundo" de Pascal, por qué Kierkegaard crea un "mundo"
diferente del de Marx. El idealismo debe buscar la respuesta a esta pregunta
fundamentalmente en las diferencias individuales de los
pensadores. Una unilateralidad similar sufre el economicismo vulgar, que niega
el papel social activo de las ideas (sentimientos, representaciones,
etc.), en las que las personas se enfrentan a los problemas de
su época. La premisa latente de esta concepción es la representación quimérica
del hombre como ser desmembrado, que en su conducta consciente no
forma parte del ser social, sino que es un ser social sólo en la medida en que
es un objeto pasivo y un mero sustrato de
acontecimientos sociohistóricos.
La idea fundamental del marxismo de que el ser
social determina la conciencia social debe elaborarse en la teoría de la
historia de la filosofía de tal manera que no permanezca en el nivel de la mera
experiencia empírica o de una mera regla, sino que se convierta en un concepto
científico. La deficiencia fundamental del estimulante estudio de Desanti sobre
la metodología de la historia de la filosofía reside precisamente en el hecho
de que se mantiene en el terreno del empirismo crudo, y, en lugar de
categorías filosóficas, conceptos científicos, un entorno conceptual en el que
el historiador marxista de la filosofía pudiera trabajar, presenta sólo
elementos en bruto. Naturalmente, todo marxista debe estar de acuerdo en que
los elementos esenciales de una investigación histórica de la filosofía son:
1. una investigación de la genealogía de un
concepto o categoría,
2. un estudio de la arquitectura, de la
estructura interna de la filosofía investigada,
3. la conexión de esta filosofía con la sociedad.
Sin embargo, mediante el cálculo de estos
elementos la teoría marxista de la historia de la filosofía apenas
comienza. La cuestión fundamental, relativa a cuál sea la conexión concreta
entre sociedad y filosofía, análisis lógico y sociológico, ni siquiera es
planteada en esta enumeración.
El "espíritu de la época" de Hegel, que
expresa sobre una base idealista la unidad y conexión interna de las varias
formas de conciencia social, es esclarecida científicamente en Marx sobre la
base de un análisis del ser social: "Por encima de las diversas formas de
propiedad, por encima de las condiciones sociales de existencia, se erige toda una
superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensamiento y filosofías
de la vida, diversas y particularmente formadas. Toda la clase las crea y forma
a partir de su base material y de las respectivas relaciones sociales." La
suma de estas diversas formas de conciencia social, que el hombre social
produce a partir de su "base material", forma el contenido
fundamental de su concepción del mundo o cosmovisión.
Una cosmovisión no se forma exclusivamente a
partir de opiniones políticas o creencias filosóficas, a partir de códigos
morales, prejuicios y sentimientos de vida, sino que es más bien el hilo común
que entrelaza todas estas esferas individuales, que las une en un todo de
conciencia socio-histórica concreta, que es su vínculo espiritual interno. Por
lo tanto, una cosmovisión tampoco puede ser explicada por medio de opiniones
políticas o de un programa literario, sino que, al contrario, es necesario
entender estas opiniones y programas como parte de una determinada visión del
mundo como un todo. La teoría marxista de la conciencia social como totalidad
histórica concreta, formada a partir de grupos sociales en diversas condiciones
existenciales, permite comprender las esferas individuales de esta conciencia,
la filosofía, las opiniones políticas, los programas e ideales como
manifestaciones específicas de una determinada concepción del mundo. La
interpretación materialista de las áreas individuales de la conciencia social
no puede consistir en la búsqueda de una conexión inmediata entre el ser social
y estas esferas individuales, sino que estas esferas individuales están
conectadas al ser social de forma mediada, por medio de la cosmovisión o de la
concepción del mundo como unidad y complejo de todas estas áreas parciales.
Por encima de las condiciones existenciales de
los grupos sociales, se levanta una superestructura que, de acuerdo con Marx,
cubre tanto el área intelectual y cognoscitiva como las áreas emocionalmente
sensitiva, moral y activa. Las personas, los grupos sociales y las clases no
viven sólo del pensamiento, de la producción de opiniones y prejuicios, sino
que están simultáneamente atormentados por pasiones, simpatías y antipatías,
deseos y voluntades, y, por encima de todo -lo que es más importante-, actúan,
son productiva, social y políticamente activos, son agentes prácticos. A
ciertos grupos sociales corresponden no sólo determinadas opiniones, sino
también emociones y sentimientos de vida plenamente definidos, y una forma de conducta
enteramente concreta, una práctica de producción social, que en combinación
forman una totalidad históricamente concreta que surge de las condiciones
sociales de existencia.
La concepción del mundo es principalmente, por lo
tanto, una expresión de la unidad y la conexión
interna de varias formas y componentes de la conciencia social, por
medio de un lazo espiritual que conecta la filosofía, los programas políticos y
las opiniones artísticas en un todo. En la historia de la humanidad, ha habido pocos
pensadores verdaderamente excepcionales que fueran sólo filósofos
profesionales. La gran mayoría de filósofos se comprometieron con la
política contemporánea, los problemas del arte, la crítica, etc. La historia de
la filosofía defiende la especificidad y la pureza de su
objeto no preparando y separando la obra filosófica del todo de la obra del
autor, sino esclareciendo la especificidad filosófica sobre la base del esclarecimiento
y comprensión de la obra entera. Además, existen sorprendentes similitudes
internas en la historia entre los filósofos, por un lado, y artistas o
pensadores políticos, por el otro. Así, desde una perspectiva marxista, Lukács
esclareció la afinidad interna entre la obra poética de Goethe y la filosofía
de Hegel. Lucien Goldmann descubrió el vínculo interno entre Pascal y Racine en
su "visión trágica del mundo" común. Karel Gebhardt trazó rasgos
comunes de cosmovisión entre las pinturas de Rembrandt y los tratados
filosóficos de Spinoza. Finalmente, Gramsci percibió una simpatía entre tres
figuras del mundo burgués emergente -Hegel, Ricardo y Robespierre. Estos
paralelos entre la filosofía y el arte, o entre la política y la economía, son
una manifestación externa de la unidad de la estructura interna de la cosmovisión.
Es evidente que la conexión interna de la filosofía con el arte no se demuestra
reduciendo un área a otra, a partir de la conversión del arte en filosofía o de
un filosofar del arte, sino descubriendo analíticamente su conexión interna,
determinada por la estructura común de la concepción del mundo, que es la base
de dos manifestaciones espirituales específicas, la filosofía
y el arte.
En la concepción del mundo como una unidad
concreta no sólo se liquida la especificidad de las esferas individuales de la
conciencia social, sino que también se crea una posibilidad real para comprender
esta especificidad. La contradicción de los componentes individuales de la
conciencia, que marcó tan notablemente, por ejemplo, la obra de Hobbes o de
Rousseau, y en la ideología checa la obra de Palacký o Havlicek, es
comprensible racionalmente como un antagonismo de un todo definido, un
antagonismo que no perturba la unidad del todo sino que la concretiza y define.
La obra de Havliček, es racionalmente comprensible como contradicción de un
todo determinado, contradicción que de ninguna manera perturba la unidad de la
obra, sino que la concretiza, la define. La obra de Havliček, juzgada a partir
del prisma de un componente omnipotente y decisivo -las opiniones políticas-,
permanece racionalmente indescifrable. O bien todos los otros componentes se
subordinan a la política y se juzgan progresistas o reaccionarios según la
apreciación de las opiniones políticas, o bien se reconocen las contradicciones
en la obra de Havliček, pero no como una definición más profunda de esta obra
como un todo, sino que anulan la obra como un todo y la transforman en una
serie de componentes desconectados: políticos, poéticos, filosóficos, críticos,
etc. La concepción del mundo es un medio conceptual que nos permite una
comprensión de las contradicciones y las discordancias de la obra, de la
desigualdad de sus componentes individuales, como una concretización de la obra
misma, como una definición más profunda de su unidad.
La concepción del mundo es en tercer lugar la
unidad de los diversos componentes que son la manifestación del
hombre específicamente histórico como hombre total. El hombre actúa
en la historia y crea su concepción del mundo no como un hombre fragmentario,
sino como un hombre pensante, actuante, sintiente, esforzado, evaluador,
resumiendo, como un hombre total. Rickert, que quería defender el
intelecto contra el irracionalismo, la comprensión contra la existencia, la
filosofía contra la cosmovisión, la teoría contra el "hombre total" tal
y como fue entendido por Nietzsche y Dilthey, se alejó en su lucha justa en la
dirección del intelectualismo y el terrorismo. No comprendió que la defensa
contra el "hombre total" privado
de los existencialistas no está en la abstracción del "hombre
teórico", sino que la comprensión teórica es un aspecto de una humanidad
creativa y prácticamente activa. Rickert observa correctamente que el
"hombre total" entendido irracionalistamente es un hombre de un mundo
particular y un horizonte limitado. En oposición a él, postula un "hombre
teórico" que es unilateral, pero que gracias a esta unilateralidad puede
trascender las fronteras del "mundo total" limitado y proceder a una
comprensión del mundo real. En realidad, sin embargo, la práctica humana no
tiene que ver con este mundo limitado, sino con el mundo universal, pues con su
actividad traspasa diariamente las fronteras del mundo limitado, y con su
actividad transformadora abre un nuevo camino para la comprensión del universo.
El error fundamental de Rickert reside en el hecho de que conoce esencialmente
dos tipos de personas: el "hombre total" existencial y el hombre
teórico. Sin embargo, el "hombre total" existencial es un hombre de
experiencias y percepciones y, en este sentido, tan unilateral, contemplativo,
como el hombre "teórico".
Las esferas individuales de la conciencia social,
que están conectadas por el vínculo espiritual
de la concepción común del mundo, están conectadas al ser material y por lo
tanto son explicables materialistamente sólo de una forma mediada: la concepción del mundo es un elemento mediador entre las
esferas individuales de la conciencia social -la filosofía, la estética, la
ética, etc.- por un lado, y el ser social, la clase o el grupo social por el
otro.
La filosofía puede jugar un papel activo en el
mundo sólo porque, como reproducción intelectual de este mundo, es al mismo tiempo
un componente del mismo. Por lo tanto, no es algo que sea un reflejo externo
del ser social, sino que es al mismo tiempo una concretización de este ser. La
filosofía no duplica el mundo del que es una reproducción intelectual, sino que
se vuelve un agente de la construcción y la naturaleza concreta
del mundo mismo. Una filosofía que fuera un reflejo pasivo del mundo se
colocaría fuera de este mundo, por encima de este mundo (y renunciaría así, al
mismo tiempo, a toda posibilidad de interferir en este mundo), y consideraría
este mundo como algo consumado y cerrado, que ya no se desarrolla y al que sólo
se puede contemplar.
Sin embargo, ¿quiere decir esto que el concepto de
la concepción del mundo significa una revolución radical en el entendimiento
hasta la fecha de la historia de la filosofía y que suprime la
historia de la filosofía hasta la fecha, sustituyéndola por una historia de las
cosmovisiones o las concepciones del mundo, tal y como supone L. Kolakowski en
su reseña de la obra de Goldmann sobre Pascal? ¿Quiere decir esto que en lugar
de la historia de la filosofía hasta la fecha habrá en el futuro una historia
de las cosmovisiones, que tienen su propia forma discursiva y no-discursiva? La
historia de las cosmovisiones tiene una cierta independencia como tal. En relación con la historia de la
filosofía y la historia de la literatura, la "concepción del mundo"
se convierte en una herramienta metodológica, una categoría científica, que es
una expresión conceptual de la unidad del ser y de la conciencia y que es por
lo tanto una mediación
científicamente formulada entre el ser social, por un lado, y las formas y
esferas concretas de la conciencia social, por el otro. La filosofía es
esclarecida materialistamente si se
esclarece sobre la base de una concepción concreta del mundo como elemento mediador
entre el ser social, la clase, un grupo social, por un lado, y el área
específica de la conciencia social, por el otro. La historia de la filosofía o
la historia de la literatura no pueden ser reducidas a una historia de las
concepciones del mundo. Pero una
concepción del mundo es un medio conceptual de la interpretación materialista
marxista, que media c o n c r e t a m e
n t e la conexión de la filosofía y la
literatura con el ser social como estructura real.
IV
La historia de la filosofía se abre con una
pregunta que cuestiona la posibilidad misma de esta disciplina: en la historia
ha habido muchas corrientes filosóficas, cada una de las cuales ha surgido con
la pretensión de que portaba y expresaba la verdad absoluta, sólo para ser refutada
por la siguiente corriente con las mismas exigencias, y así sucesivamente. ¿No
es acaso esta práctica en sí misma una evidencia de que hay, como mucho, una
sucesión de corrientes filosóficas o una historia de las filosofías (Sartre),
pero no una historia de la filosofía? Las respuestas que contestan a esta
problemática pueden dividirse en dos grupos principales:
1. El primer grupo incluye las filosofías que presuponen
un progreso en la historia de la filosofía y entienden la historia de la filosofía
como un progreso en la comprensión de la verdad objetiva.
2. El segundo grupo incluye corrientes que
arrojan dudas sobre el progreso en la historia de la filosofía y consideran que
todas las corrientes filosóficas son igualmente verdaderas y legítimas, pues
todas son expresiones de su tiempo y todas son "igualmente distantes de
Dios". La idea del progreso en la historia de la filosofía es reemplazada
por una tipología ahistórica (Dilthey, Jaspers).
El colapso de los sistemas filosóficos del siglo
XIX, y el hallazgo de que ninguna de las escuelas de filosofía existentes
contenía la verdad universal que buscaban llevó al relativismo histórico y al
escepticismo. El relativismo histórico apareció tras demostrarse insostenible
la concepción racionalista-metafísica del desarrollo como crecimiento
cuantitativo y lineal. Como reacción a este optimismo racionalista, que se
manifiesta en la exploración de la historia de la filosofía al describir la
historia de la filosofía como un proceso ascendente, lineal, surge
el escepticismo relativista del siglo XX, que niega progreso en la historia de
la filosofía y cuestiona la existencia misma de una historia de la filosofía.
Estas corrientes relativistas consideran la historia de la filosofía como una
mera ilusión, y como mucho admiten una sucesión histórica de filosofías y
filósofos. Ahí emerge un intento de sustituir la historia de la filosofía por
una tipología histórica-filosófica, que compendiaría todas las escuelas de
filosofía existentes bajo cierta cantidad de tipos supra-históricos generales, mientras
que las corrientes filosóficas individuales se entienden como variaciones
históricas de estos tipos básicos.
La semilla racional del presentismo filosófico o del
perspectivismo como una forma moderna de relativismo escéptico reside en el
hecho de que determina correctamente que el desarrollo en filosofía no tiene
lugar por medio de una acumulación cuantitativa y por capas, que no es un
acoplamiento de nuevas verdades a verdades y observaciones reveladas de una vez
y para siempre. Sin embargo, el colapso del optimismo racionalista de los
siglos XVIII y XIX conduce a un relativismo escéptico que niega la existencia
de progreso en la historia de la filosofía sólo bajo el supuesto de que se
adhiere a la base metafísica de las ilusiones racionalistas colapsadas. En la
historia de la filosofía no hay, de hecho, verdades descubiertas e intocables
de una vez y para siempre, que persistan como una comprensión inmutable de un
sistema al siguiente. Sin embargo, cada nivel superior de desarrollo realmente alcanzado
en la historia de la filosofía incorpora las comprensiones y verdades del
pasado en su esencia, las transforma, les da una nueva función y un nuevo significado,
y en esta transformación las mantiene vivas, tratándolas no como hechos muertos
sino como elementos de un continuo proceso de comprensión objetiva. En este
nuevo todo, las verdades adquiridas y logradas se relativizan, su valor y
veracidad cambia, es decir, cambia su grado de adecuación. Aun así, no es
posible alcanzar un nivel superior de desarrollo sin la inclusión de comprensiones
y verdades previas: la teoría marxista de la comprensión, que expresa la comprensión
humana como un proceso ascendente en espiral, permite una crítica de la
linealidad metafísica en la concepción del progreso sin degenerar al mismo
tiempo en el relativismo y el escepticismo gnoseológico.
Un entendimiento dialéctico del progreso en la
historia de la filosofía como desarrollo en espiral está conectado también,
simultáneamente, a una concepción de la historia de la filosofía como un progreso
históricamente llevado a cabo en la comprensión de la realidad. El marxismo
nunca pretendió que el valor interno de una u otra filosofía se agotara en su
clasificación histórica, es decir, por medio de una comprensión del conjunto de
condiciones históricas bajo las que surgió. Si bien cada filosofía es una
creación de su época, cada época es también al mismo tiempo un momento en el
proceso de desarrollo de la humanidad, que no puede ser reducido a las
experiencias históricas y a la transitoriedad de las épocas individuales.
La problemática de la historia de la filosofía es
un componente de toda filosofía moderna, pues toda filosofía debe plantearse la
pregunta que justifica su propia existencia: ¿dónde está mi lugar
histórico? Y si venimos a reemplazar una filosofía pasada, ¿dónde está la
garantía de que ahora, en el momento de mi triunfo, no se formará una filosofía
que tomará mi lugar? Sin embargo, la historia de la filosofía es un mero
preludio de cada filosofía presente, en el sentido de que ninguna filosofía
pasada puede satisfacer plenamente las necesidades del presente. Toda filosofía
es la filosofía de su tiempo, lo que significa que cada época demanda su propia
filosofía, que, al nivel del pensamiento científico logrado, pudiera esclarecer
y justificar la posición del hombre ante la naturaleza y la sociedad, ante sí
mismo, ante el pasado y el futuro. Si la historia de la filosofía es un proceso
legítimo de la realización del pensamiento humano, un proceso de revelación de
la verdad objetiva, cada grado históricamente alcanzado de esta verdad no es sólo
una etapa en la historia de la filosofía, es decir, algo que se clasifica en
términos de tiempo y de sucesión histórica, sino también un momento de la
comprensión sistemática de la verdad objetiva. En esta verdad objetiva y en el
proceso de su comprensión hay una conexión interna entre historia y el sistema
que permite ilustrar problemas sistemáticos en la historia, y que la historia
de la filosofía pase a formar parte del pensamiento filosófico de la filosofía
como tal.
[*] Texto titulado originalmente "Dějiny filosofie jako filosofie" y leído por Karel Kosík en las conferencias sobre Filosofía en la historia del pueblo checo celebradas en Liblice del 14 al 17 de abril de 1958. Agradezco a Joe Grim Feinberg, Ivan Landa y Jan Mervart su generosidad al enviarme este y otros textos de Kosík en checo e inglés, así como sus ánimos para publicar las traducciones al castellano de los mismos.
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