jueves, 7 de agosto de 2025

Las observaciones de Gramsci sobre Maquiavelo (1967)

Las observaciones de Gramsci sobre Maquiavelo (1967)

Karel Kosík [*]




Si consideramos el retraso desde el punto de vista formal como un fenómeno que no cambia sustancialmente la cosa desfasada (un tren con retraso no difiere sustancialmente de un tren sin retraso), podemos saludar las dos traducciones checas de la obra de Gramsci con las palabras: tarde, pero ya era hora. Las ideas de Gramsci no pueden modificarse según las fechas de sus traducciones, y no serían sin duda más verdaderas ni menos verdaderas si hubieran aparecido en checo ya en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando en la Unión Soviética se publicó una antología en tres volúmenes de la obra de Gramsci. Y, sin embargo, el tiempo en que una idea se publica tiene un significado decisivo para su rol social. Por eso son afortunadas aquellas épocas en que las ideas aparecen en hora y cumplen su función natural de estimulante, inspiración, criba y juicio. En la segunda mitad de los años cincuenta, las opiniones de Gramsci habrían podido influir de forma significativa en el desarrollo y la orientación de las discusiones en la cultura checa, ya se tratara de filosofía, literatura, moral, historia, cine o política. En aquella época se habrían convertido en parte orgánica de la búsqueda y exploración, de la reevaluación y justificación de nuevos fundamentos del pensamiento y de la acción práctica —lo que no quiere decir que hoy la traducción checa de la obra de Gramsci vaya a quedar sin influencia ni eco—. Solo queremos señalar que el desfase en la cultura tiene ciertas consecuencias específicas. Y que una misma idea puede cumplir una función completamente distinta según si se publica en hora o con desfase: en un caso puede alentar el pensamiento, mientras que en el otro puede consolidar prejuicios; en un caso atrae la atención por su originalidad, frescura y valentía, y despierta polémicas fecundas, mientras que en el otro, como antes de aparecer en su forma originaria, ya fue presentada al público en versiones popularizadas y vulgarizadas, puede más bien funcionar como una autoridad que silencia o adormece, o como algo hace tiempo conocido, y en tanto tal, pasar por encima en un silencio indiferente. Las opiniones de Gramsci están hoy entre nosotros expuestas a un doble peligro. Pueden convertirse en una autoridad bienvenida y en un ídolo reencontrado para quienes consideran la necesidad (y también la libertad) del pensamiento autónomo, de la reflexión y de la exploración, como una etapa provisional y transitoria entre el dominio anterior de una autoridad rechazada y por ello imperfecta, y la esperada llegada de otra autoridad, más perfecta. Las autoridades vienen y van, pero el modo autoritario de pensar permanece; los ídolos se destruyen y se entronizan, pero la actitud idolátrica ante la realidad persiste. Las opiniones de Gramsci, sin embargo, también pueden quedar sepultadas entre nosotros. La forma más aterradora de indiferencia ante las ideas es la repetición. Una idea repetida cien veces puede volverse conocida y por ello ganar popularidad, pero como ya no está sostenida, mantenida y alimentada por el pensamiento, se convierte en un vaciamiento de sí misma y deja de ser idea. Una idea solo puede vivir, es decir, obrar, en su propio elemento vital, que es el pensamiento. No dejar que las ideas y estímulos de Gramsci queden sepultados significa, ante todo: pensar a fondo estas ideas y estímulos, y descubrir en ello no solo lo que contienen, sino también lo que no alcanzan; no solo lo que ya expresan, sino también lo que pueden ayudar a expresar como estímulo y como punto de partida para una reflexión crítica.

Gramsci es más estimulante en su propio campo, es decir, en el ámbito del pensamiento político. Es un político que piensa a fondo los fundamentos y principios de su actividad, es decir, de la política. Esta constatación trivial es un rasgo distintivo, que hace singular a Gramsci. Gramsci no es un pragmático, que hace política, defiende su posición política, habla sobre la situación política y contempla toda la realidad desde la perspectiva de su política. Gramsci pertenece —como antes que él Marx, y en la misma época que él Lenin y Rosa Luxemburg— al tipo de político que quiere llegar a los fundamentos de su actividad, y por ello se pregunta qué es la política en absoluto. No se limita a utilizar los resultados de investigaciones científicas ajenas para llevar a cabo su política, sino que es una unidad personal del político práctico y el pensador político, y encarna no solo la unidad, sino también la diferenciación de ambas esferas. Ya el propio fenómeno de Gramsci plantea una cuestión: ¿es este tipo de político una excepción o una regla, pertenece solo a cierta época histórica, o tiene validez histórica universal, y, sobre todo: ¿es una necesidad o una contingencia para la política? ¿Adquiere la política un contenido y un sentido distintos según esté ejercida por políticos pragmáticos o por políticos pensadores? En ciertos momentos, tales preguntas pueden ni siquiera surgir; en otros pueden parecer superfluas, pero hay épocas en las que se percibe intensamente su urgencia. Con una cierta simplificación, que solo pretende subrayar la gravedad del problema, podemos preguntarnos: ¿no pertenecen Gramsci, y con él el tipo correspondiente, más bien al “siglo XIX” (sobre el que hoy muchos se expresan con desdén, como sobre el siglo de los regeneracionistas [obrozenců]), mientras que la época “moderna” exige y produce otro tipo? ¿Debe el político ser un pensador (como lo fue Marx), o basta, e incluso en el contexto del inaudito desarrollo de la información, el conocimiento y las relaciones del siglo XX moderno, es necesario que el político sea solamente político y utilice para sus fines los resultados de las instituciones científicas, los expertos, los asesores? Sea cual sea la respuesta teórica y práctica a esta pregunta, el hecho permanece: Gramsci es el prototipo del pensador político y una unidad personal formada en el movimiento socialista, y por eso mismo plantea un problema serio para todo pensamiento político.

En el prólogo a la selección Fundamentos de la política, Mario Spinella indica que Gramsci dedicó muchas anotaciones a Maquiavelo. Sin embargo, parece que el sentido de esta atención no está comprendido correctamente en el prólogo, como lo muestra la frase que ve “la verdadera grandeza de Maquiavelo” en que “fue capaz de condensar en una síntesis dramática las exigencias reales de la sociedad italiana en un momento dado (la gran crisis de los estados regionales a comienzos del siglo XVI)”. Si la “verdadera grandeza” de Maquiavelo residiera en haber condensado las exigencias reales de una sola sociedad (Italia) y de un solo tiempo (el siglo XVI), difícilmente podríamos explicar el interés de otra sociedad y de otro tiempo por la obra del célebre florentino, y tendríamos que entender las anotaciones de Gramsci sobre El Príncipe como una cuestión de la historiografía italiana. En realidad, Maquiavelo atrae a Gramsci ante todo porque ambos piensan a fondo un problema común a muchos tiempos históricos y muchas sociedades. También Gramsci se pregunta qué es el poder, en qué se fundamenta y para qué puede utilizarse. El aporte revolucionario de Maquiavelo fue el descubrimiento de la relación entre la “naturaleza humana” y el poder. Como la “esencia humana” no cambia, y dado que las personas son más propensas al mal que al bien, más a la crueldad que a la mansedumbre, más a la indiferencia que a la noble implicación, más a la cobardía que al coraje, la política se convierte, para Maquiavelo, en el arte de cómo usar adecuadamente esta realidad (esta naturaleza) para conquistar o mantener el poder. El poder, si bien no es un fin en sí mismo, y nunca lo es verdaderamente en relación con el establecimiento o mantenimiento de un Estado que haga felices a los ciudadanos, no transciende los límites de la política: es decir, del Estado, de la lucha entre grupos, partidos, etc. El poder político no tiene para Maquiavelo un carácter metafísico, y por tanto no puede obrar sobre la fuente de la cual surge: es decir, no puede transformar la naturaleza humana. En base al poder o bajo sus condiciones, pueden, según Maquiavelo, fundarse o destruirse imperios, pero no puede cambiarse la esencia humana. Frente a esta concepción, Gramsci declara de forma abiertamente polémica: “[…] no existe una esencia humana abstracta, fija y no cambiante (noción que, sin duda, tiene raíces en el pensamiento religioso y trascendente), la esencia humana es el conjunto de las relaciones sociales determinadas históricamente [...]”.

Según Maquiavelo, es posible (sobre la base del poder) cambiar las relaciones e instituciones, pero la esencia humana permanece igual en medio de estos cambios. Gramsci, en cambio, sostiene —como también subraya M. Spinella— que no solo cambian las condiciones económicas y sociales, “sino que —lo que es aún más importante— se transforma la propia esencia humana”. A primera vista puede parecer que una postura es revolucionaria y la otra conservadora, una optimista y la otra pesimista. Esta apariencia surge allí donde el pensamiento no piensa, sino que se limita a manipular sin pensamiento representaciones comunes, eslóganes y prejuicios. Tan pronto como el pensamiento empieza a ocuparse de esta apariencia con seriedad y de forma real, se hace patente de inmediato que las cosas son mucho más complejas. (El pensamiento no causa esta complejidad, sino que simplemente la revela; sin embargo, a una mirada vulgar le parece que el pensamiento complica todo “innecesariamente”, y por eso prefiere permanecer en la simplicidad de la apariencia y en el resentimiento antiintelectual). Si definimos la esencia humana como el conjunto de relaciones sociales determinadas históricamente, se deduce de ello que el cambio de este conjunto equivale a un cambio de la esencia humana. La esencia humana cambia si cambia el conjunto de relaciones sociales. Pero dado que en la historia este conjunto ya ha cambiado varias veces, entonces también habría tenido que cambiar en consecuencia la esencia humana. ¿No se rompe así la continuidad de la historia? Y lo que es aún más grave: si, según esta concepción, con el paso del feudalismo al capitalismo cambió un conjunto de relaciones sociales, pero también cambió la esencia humana, ¿pueden los seres humanos, dentro de un mismo conjunto, compartir algo esencial que los caracterice como humanos? Si se identifica la esencia humana con el conjunto de relaciones sociales, ¿dónde queda la capacidad humana de cambiar ese conjunto? ¿Forma parte esta capacidad de la esencia del ser humano, o es algo no esencial? Si la capacidad de transformar las condiciones pertenece a la esencia del ser humano, entonces el ser humano, por su esencia, trasciende todo conjunto de condiciones en que vive, y no puede reducirse a esas condiciones. Pero si el conjunto de condiciones, que según esta teoría constituye la esencia del ser humano, cambia, y cambia sobre la base y mediante el poder, entonces la esencia humana depende del poder, de su voluntad y su arbitrariedad, de su sensatez o necedad. El descubrimiento de Maquiavelo consistía, por una parte, en derivar el poder de la naturaleza humana (más mala que buena), pero por otra parte en limitar el sentido y las posibilidades del poder mediante esta misma naturaleza: el poder no es todopoderoso, porque está limitado por la naturaleza humana. Por eso, la polémica contra el presupuesto “metafísico” de la concepción maquiaveliana puede desembocar ella misma en consecuencias metafísicas: si no existe una esencia humana inmutable y si el cambio del conjunto de relaciones sociales equivale al cambio de la esencia humana, entonces el poder se vuelve todopoderoso, porque puede cambiarlo todo, incluso la propia naturaleza (esencia) humana. De la naturaleza del poder depende en qué dirección será modificada la naturaleza humana: si hacia el bien, o hacia el mal.

La metafísica de estas consecuencias es el resultado de un punto de partida metafísico. Es metafísico el punto de partida que identifica el conjunto de condiciones sociales con la esencia humana. La metafísica siempre pasa por alto algo esencial, olvida pensar algo importante, desdeña lo que no es desdeñable: la metafísica capitula ante el esfuerzo de pensar en unidad lo transitorio y lo permanente, lo relativo y lo absoluto, lo temporal y lo intemporal. Por eso, a la esfera de la metafísica pertenece también el paso de un extremo a otro —de un aspecto de la metafísica a otro—, y con ello también la polémica que reemplaza la concepción de la inmutabilidad de la esencia humana por su disolución en un conjunto de relaciones sociales.

Como realista, Gramsci parte del hecho de que, si existe el poder, los seres humanos se dividen en dominantes y dominados, en dirigentes y dirigidos; como seguidor de la teoría marxista, ve la misión de los líderes revolucionarios en preparar con su actividad las condiciones para un momento en que no haya ya ni dirigentes ni dirigidos, ni dominantes ni dominados, y por tanto tampoco poder. Sin embargo, parece que Gramsci dejaba esta visión más bien a un desarrollo futuro incierto, en lugar de analizar más de cerca sus posibilidades y sus presupuestos reales. Esta confianza en un porvenir lejano puede convertirse, bajo ciertas condiciones, en una ilusión, que impide ver el problema verdadero y profundo. Su secreto fue descubierto por Freud, cuando reprochó a los socialistas que eludieran la cuestión de si la sed de poder y el deseo de dominio pertenecen a la “naturaleza” humana, y si el cambio de las condiciones sociales solo limita (modifica) este deseo y esta voluntad, o si puede llegar a erradicarlos por completo. Así, el problema clásico del pensamiento político, formulado por Maquiavelo y pensado a fondo por Gramsci, entra en una nueva constelación, ya que el poder ya no se sitúa junto a la esencia (naturaleza) humana, sino que se entiende como parte de ella. Ni frases ni conjuros podrán desterrar este problema del mundo. Aquí se abren nuevas posibilidades para el pensamiento político, y la obra de Gramsci puede ser uno de los estímulos para el desarrollo de esta rama del espíritu humano.

[*] Texto publicado, bajo el pseudónimo de Václav Jeník, originalmente como "Gramsciho poznámky o Machiavellim" en Plamen, año 9, 1967, núm. 6. Págs. 123-125. La traducción al castellano, a cargo de Gerard Marín Plana, se realiza en cambio de la versión publicada en Krize moderní doby. Články, projevy a rozhovory o československém roce 1968 a střední Evropě. Praha. Akademie věd České republiky. 2024. Págs. 85-90.

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