La democracia y el mito de la caverna (1993)
Karel Kosík [*]
La gigantomaquia de la era moderna se celebra como enfrentamiento y combate entre diversas potencias que persiguen la conquista de una “autoridad absoluta” y para alcanzar ese objetivo emplean todos los recursos de la razón técnica. Lo que caracteriza a la “autoridad absoluta” es que no deja a la gente tal como es, sino que la transforma a la medida de sus necesidades y penetra en su interioridad, se apodera de ella, la ocupa y la utiliza para sus fines [1]. La autoridad absoluta es al mismo tiempo un poder transformador y ocupador. Hoy ya conocemos, por lo que parece, el resultado de ese combate. De las tres candidatas serias al primer puesto, dos potencias han sido derrotadas, el nazismo y el bolchevismo, y la palma del triunfo le corresponde a la democracia occidental. Pero ¿es la democracia mundial el triunfador definitivo o ha triunfado solamente ante el nazismo y el bolchevismo, que son dos variantes distintas de soluciones sangrientas y grotescas a la problemática de la época moderna, mientras que su verdadero contrincante sólo ahora aparece en toda su horrible monstruosidad? ¿Es esta “autoridad absoluta” una simbiosis política entre el Estado, el partido y el caudillo, es decir, la política totalitaria, o es una simbiosis metafísica (el entrecruzamiento que se produce entre la economía, la técnica y la ciencia) que somete a la política y a la cultura como instrumentos y ejecutores suyos? ¿Se concentra el Leviatán de la época moderna en la política, en esta institución tradicional de Occidente, o en una formación completamente nueva, reciente?
1
De los dos fenómenos que han influenciado decisivamente el transcurso del siglo XX, determinando sustancialmente sus rasgos y que continúan ejerciendo su influencia, hay uno que destaca por aparente, que actúa de modo visible, en público, mientras que el otro actúa oculto, escapa a la mayoría de las miradas y por eso parece como si ni siquiera existiese. El primero de estos fenómenos es la masificación. El siglo XX se ha convertido, como predijo Gustav le Bon en 1895, en la época de las masas. No sólo masas de gentes, sino también de productos, de armas, de información. No sólo ejércitos masivos que marchan uno contra otro, sino también campos de exterminio masivo, tumbas colectivas, masivas marchas de la muerte. No sólo masas reunidas en las calles y los estadios deportivos, sino también masas de gente escapando, huyendo del hambre y las persecuciones. No sólo masas de parados, sino también masas de turistas, en filas que recorren Europa, buscando distracción en el extranjero y en los viajes, huyendo de la monotonía, el mal humor y el aburrimiento. No sólo masas de uniformes marchando en fila, sino también masas de espectadores de televisión que observan cómo los niños mueren de hambre en masa y cómo una guerra relámpago, que no es más que una simple “operación quirúrgica”, destroza con toda efectividad al enemigo mediante el empleo de la técnica más moderna.
El polo contrario y complemento imprescindible de la masificación es el caudillismo. Las masas y los caudillos son dos caras de una misma cosa. Las masas errantes, desorientadas, descontentas, buscan y necesitan un caudillo, visible u oculto; y los caudillos de todo tipo utilizan a las masas como una herramienta para lograr sus ambiciones y objetivos. Las masas buscan un caudillo que les aconseje en su indecisión, que las libere del peso de la decisión, de la libertad, y les devuelva la perdida “alegría de obedecer”. Cada uno de los sistemas totalitarios del siglo XX responde de un modo específico a esta llamada de nuestro tiempo, ambos son un producto decididamente moderno y europeo.
La política totalitaria tiene el aspecto de un tiro de tres caballos, una triga, tirada por el Estado, el partido y el caudillo, de los cuales el partido es el caballo principal y el caudillo se mantiene en el poder como jefe suyo. Esta política pretende presentarse como una actividad creativa e incluso se hace llamar “la más alta y más vasta de las artes” [2]. Es lamentable que algunos espíritus críticos hayan caído en este engaño en los años treinta, cuando hablaban de la "estetización de la política” en relación con el nazismo, y que afecte también a filósofos de nuestro tiempo que buscan un paralelismo entre el supuesto carácter poiético del nazismo y la tragedia antigua [3].
La política totalitaria finge (del latín fingere) que crea (en latín fingere) una obra de arte y actúa como un escultor o un arquitecto, cuando en realidad se limita a repetir y a llevar hasta sus últimas consecuencias en una región de la realidad el esquema básico moderno: sujeto-objeto. La relación del sujeto con la realidad se realiza en este esquema como dominio que el soberano y propietario ejerce sobre el objeto humillado y disponible. Hobbes es el primero que, de acuerdo con el espíritu de la modernidad, concibe al soberano como artista (arquitecto) que utiliza a la gente como material para la construcción del edificio firme y seguro que es el Estado [4].
2
En 1832 Schelling
formula una condena demoledora a la filosofía de Hegel e inaugura una serie interminable de críticas: "... esta filosofía conduce a la adoración del
Estado" [5]. Schelling ve el mal de la época moderna en el Estado, cuyo más
elevado objetivo es la mecanización de todos los talentos, de toda la
historia y todos los dispositivos. El Estado es un perpetuum mobile mecánico que
nunca puede llegar a la perfección y al que, por eso, se le añaden
constantemente nuevas ruedas, palancas y transmisiones, hasta el infinito. Y
dado que todos los Estados se comportan con los hombres
libres como si fueran ruedecillas de una máquina, deben ser abolidos (el joven
Schelling de 1796) o al menos limitados (el Schelling de 1832) [6].
No es mi propósito
investigar las relaciones entre Schelling y Hegel o analizar el concepto del
Estado en Hegel. Sólo quiero llamar la atención acerca de por qué buscaba
Hegel un poder compensador y razonable, que encontró acertada o
desacertadamente, en el Estado. Mientras el joven Schelling advertía que el
Estado representa una amenaza para la libertad de la humanidad, como mecanismo que mina su vitalidad, el joven Hegel descubría, al estudiar la economía
política inglesa, un fenómeno que era precisamente lo contrario de
cualquier mecanicismo, parálisis o dependencia: el conjunto de las relaciones
económicas de la época moderna se comporta, según Hegel, como un animal salvaje y por ello hace falta una autoridad que dome su movimiento elemental y
ciego. Las relaciones económicas modernas "son un inmenso sistema de
ligazones comunes y dependencias mutuas, son el deambular de un muerto en
vida que se desplaza ciegamente de un lado a otro y, como un animal salvaje,
necesitan ser constantemente dominadas y domadas" [7].
3
Y ya en los primeros
años de la I Guerra Mundial, en territorio alemán, se pone en marcha, se
experi- menta y se describe una formación que, por su dinamismo, su expansionismo y su
agresividad, recuerda al "animal salvaje” de Hegel, al que podría
considerar como un imperfecto antecedente suyo. Tres ámbitos de la realidad
humana, que tradicionalmente existen de un modo independiente (la economía,
la técnica y la ciencia), se entrecruzan en una formación simbiótica que,
junto con la masificación, se convierte en el fenómeno determinante de la
época moderna. Éste entrecruzamiento se realiza como un crecimiento
ilimitado, como la superación de todos los límites, como una inmensa
intensificación y un inmenso incremento.
Esta simbiosis no sólo
tiene el mágico poder de despertar y organizar fuerzas titánicas y ponerlas
al servicio de una parte de la humanidad, sino que además inaugura una época
de dinamismo y movimiento que se expresa en términos como absorber, acumular,
almacenar, consumir. Comienza la época de la movilidad universal; con una
orden y una indicación del centro rector todo puede ponerse en movimiento y
agilizarse, es posible crear, dirigir y controlar la constante corriente de
cosas, informaciones y personas.
Cuando Walter Rathenau
acuña durante la I Guerra Mundial el término suministro de materias primas
(Roh-stoff-versorgung) expresa más de lo que cree y pretende. Ya no se trata
sólo de asegurar las materias primas necesarias para la guerra, sino la
transformación de todo, gente y naturaleza, en materia prima elaborable, en
sustrato de movilización total. La realidad se transforma en una reserva
manipulable de materias primas y energías y esta transformación es total:
también los que se ocupan, administran y dirigen la movilidad pierden su
identidad y se convierten en componentes y accesorios del sistema en
funcionamiento. Los elementos esenciales de la guerra y la economía de guerra
se convirtieron, cumpliendo exactamente los pronósticos [8], en parte
indivisible, natural
y habitual de la paz y la vida pacífica. Términos como “comunismo de guerra”,
“frente cultural”, “batalla por la cosecha” resultan engañosos porque dan
la impresión de ser restos de la guerra o de la militarización de la
sociedad, cuando la verdad es que en las denominaciones militares, pacíficas
o neutrales, lo que toma la palabra, de un modo manifiesto u oculto, es el
carácter agresivo de los propios fundamentos de la época moderna.
La simbiosis de la
economía, la técnica y la ciencia es una formación particular, con un modo
específico de ordenación temporal (tiempo), de ubicación (espacio) y
movimiento. Las prisas y la inquietud de la época moderna degradan cada
segmento de tiempo, convirtiéndolo en un mero punto de paso hacia un nuevo
perfeccionamiento que, sin detenerse, sigue lanzado hacia adelante y excluye
así, por principio, cualquier perfección.
4
Podemos preguntarnos
por qué los críticos socialistas del capitalismo no registraron la existencia
de esta simbiosis y por qué los autores conservadores mostraron un mayor
sentido de la realidad al ofrecer su descripción y su análisis. Claro está que
los efectos de esta omisión fueron fatales. En 1913 Rosa Luxemburgo escribió una
frase curiosa que, ochos años más tarde, cita Lukács sin que sea para él
motivo de reflexión sobre la nueva realidad: "Si el modo de producción capitalista es capaz de asegurar el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas, el progreso económico será invencible" [9].
Marx y Luxemburgo
justificaron la legitimidad, es decir, la posibilidad y la necesidad
históricas del socialismo, señalando que el capitalismo, en determinado grado
de su desarrollo, chocaría con limitaciones internas insuperables y no sería
ya capaz de desarrollarse como sistema productivo. El socialismo iba a
cumplir la tara que el capitalismo ya no podía realizar: el desarrollo
ilimitado de las fuerzas productivas como premisa de un desarrollo rico y
múltiple del individuo. Pero en cuanto la práctica demuestra que la
simbiosis de la economía, la ciencia y la técnica significa un puro
dinamismo que crece y se perfecciona ilimitadamente sin topar con ninguna
frontera interna, que produce una masa inmensa de artefactos, productos e
informaciones y garantiza así el ilimitado "crecimiento de las fuerzas
productivas”, el socialismo
deja de ser una alternativa al capitalismo. Desde ese momento pierde su
justificación histórica y se convierte en una cuestión inútil, superflua,
vana. Todos los intentos prácticos de realizarlo llevan desde el comienzo la
tara de la mistificación que hace que el “socialismo real” cojee eternamente
tras el capitalismo sin poderle dar alcance ni menos aún superarlo. El
socialismo se vio sorprendido por los acontecimientos, por la ironía de la
historia, antes de que hubiera podido comenzar a realizarse.
Y el verdadero gigante,
cuyos rasgos se perfilan desde comienzos del siglo cada vez con mayor
claridad, inicia su ambigua marcha victoriosa por el planeta: produce bienestar
para una minoría y devasta a la naturaleza y a la gente. Su dominio no
encuentra resistencia y no cuenta con una alternativa liberadora.
5
Leviatán es
caracterizado como una unión de dios y hombre, de animal y máquina, como
machina machinarum que domina la tierra firme mientras otro monstruo bíblico,
Behemoth, impera en el mar. ¿Cuál es la "autoridad absoluta" de la época
moderna que transforma a la gente y penetra en su interioridad? ¿Es el Estado
absoluto, la más poderosa de las máquinas,
el superhombre artificial creado por el ingenio humano? [10]. ¿Es la triga
totalitaria tirada por el partido, el Estado y el caudillo, que realiza su
política como modelado y conformación, en la que a partir de la "cruda materialidad de las masas" se conforma la firme integración de nación y pueblo (das
Volk)? ¿O es la simbiosis dinámica de economía, técnica y ciencia? ¿Finalizó
con la derrota del nazismo y la descomposición del bolchevismo la era de
Leviatán y la humanidad ya no está por fin dominada por fuerzas ajenas y
enemigas? ¿Es el moderno Leviatán un mecanismo perfectamente funcionante o una
particular simbiosis que crece, se extiende y se perfecciona?
Si analizamos el trío
compuesto por la economía, la ciencia y la técnica como una formación
simbiótica, llegamos a la conclusión de que es sólo la encarnación y la
manifestación externa de la "autoridad absoluta" que actúa oculta a los
ojos del público como dominus absconditus. La simbiosis es la encarnación del "alma" oculta que impera en toda la formación. Este particular espíritu,
spiritus agens, domina por medio de la simbiosis a la realidad moderna, como
instrumento suyo; y al tiempo que crea riqueza y caprichoso lujo para una
minoría de elegidos, destroza todo el planeta, devasta no sólo la
naturaleza y el medio ambiente, sino también a la gente y su interioridad. El
señor oculto y todopoderoso de la época es el modo de representación dominante (die herreschende Vorstellungsweise), que no es el conjunto de las
Opiniones y creencias de la época, sino el conjunto de modos en los que las
personas y las cosas se ubican y se colocan, dónde, en qué lugar y en qué
tiempo son situadas y colocadas, de qué manera se mueven. Este señor oculto no
es sólo poderoso sino también malvado y malicioso (malitiosus): juega con la
gente y se burla de ella, les conserva la ilusión de que son amos de todo, señores de la
naturaleza, la tierra firme, el mar y en el futuro puede que del universo o
parte de él, pero en realidad los transforma en obedientes accesorios de su
sistema y su dominio. Por eso la historia de la época moderna es un
acontecer dramático en el que el hombre-sujeto que se libera de sus ataduras a
la autoridad medieval, profana o religiosa ve cómo su voluntad de aclararlo y
medirlo todo mediante la razón se trastoca irónicamente en dependencia con
respecto a aquello que él mismo ha creado como espejo de su poder, para su mayor
comodidad, para hacer su vida más agradable ya que no mejor. Todo se subordina
al expansivo sistema de producción y consumo de mercancías, informaciones y
placeres. Los entes se sitúan y se colocan de modo que sirvan como accesorios a
un sistema cuya esencia es el desplazamiento en un doble sentido: el movimiento
hacia arriba, desde la caverna hacia la apertura, el auf-klärung kantiano, se
ve desviado y desplazado hacia un movimiento distinto, horizontal, en el que,
en dimensiones grandiosas, se repite siempre lo mismo. Y, en segundo lugar, en
este movimiento transformador se lleva a cabo un trastocamiento, que es el modo
histórico de la falsedad, en el que el hombre deja de ser sujeto y se convierte en víctima y objeto de un seudo-sujeto mistificado, que es el sistema
funcionante de la sociedad industrial. Las energías de que disponen el hombre
y la naturaleza se transfieren, a través de la insaciable ambición, a la cuenta
de una tercera instancia que las acapara, las almacena, las reparte y las
derrocha para fines secundarios e irrelevantes, de modo que el resultado de
todo el proceso es una naturaleza humillada, que va perdiendo la capacidad de
hacer frente a una creciente agresividad, y un hombre impotente, que se ha
vendido al sistema como una pieza obediente de éste.
6
Aristóteles, tal como
lo recoge Cicerón, veía con horror la posibilidad de que la humanidad
viviese en una caverna provista de todo confort y dotada de objetos artísticos, creyendo que este espacio cerrado es su hogar y es la única realidad,
fuera de la cual no existe ninguna más. Los habitantes de esta caverna son
gentes ahítas, deformadas por una educación perversa, que escarban como
topos en las riquezas, sin conocer ni la sensibilidad ni el sol [11]. La parte
moderna de la humanidad, en cambio, no parece inquietarse por pasar su vida
en condiciones que se parecen mucho a la caverna de Aristóteles. ¿Por qué?
Porque la caverna moderna, a diferencia del estático espacio cerrado de
Aristóteles, se expande y se ensancha, crece y aumenta, de modo que produce
en sus habitantes la sensación de que viven en la ladera de la libertad y la
apertura. La caverna expansiva se agranda absorbiendo y ocupando todo aquello
con lo que entra en contacto: es una expansionante y expansiva cerrazón. Los
habitantes de esta caverna tienen de todo, tienen de sobra, y por eso no
intuyen que algo les falta, que carecen de lo esencial, de lo más esencial, que
están desprovistos de lo esencial y que viven su lujosa vida como una
inesencial supervivencia. A los habitantes de la caverna les faltan la medida
y las proporciones que hacen que la realidad se convierta en un mundo que la
gente puede habitar libremente y con alegría.
El moderno Leviatán es
un monstruo que subordina a la gente a su funcionamiento, la transforma y la
adapta a las exigencias de su propio crecimiento, de su devastadora
hipertrofia. La "autoridad absoluta" de nuestro tiempo no es el mecanismo del
Estado, ni la triga totalitaria del partido, el Estado y el caudillo, sino esta
caverna expansiva, y representa una fuerza que se atreve a conformar y modelar a la gente.
¿Qué
es lo que puede salvar a la gente de esta devastación colosal? "Sólo un dios
nos puede salvar" (Nur noch ein Gott kann uns retten) dice Heidegger [12]. Sólo un dios salvará a la humanidad porque la democracia actual no es capaz
de semejante acción liberadora. Pero no existe un dios semejante capaz de
salvar a la humanidad y ni siquiera puede aparecer en el futuro. En esta
situación sin salida se metió la humanidad moderna por su propia culpa.
Si no nos salva dios
¿nos salvará la democracia? Esta pregunta significa: ¿Tiene la democracia
actual suficiente imaginación, suficiente coraje, suficiente poder como para
hacer frente a la devastación expansiva de la caverna e intentar abrir en
ella una salida liberadora? ¿O la democracia actual sólo es la manera más
aceptable que tiene la gente de administrar sus asuntos dentro de la caverna,
ya que no conoce otra cosa que la caverna y considera que todo el espacio que
está fuera de ella no es más que una región y un territorio que están a la
espera de una futura ocupación y una futura anexión?
La democracia es el
poder (el gobierno) del pueblo. Esta constatación trivial nos recuerda que
la fuente y el punto de partida de la democracia es la ambigüedad de la
pregunta ¿quién y qué es el hombre? El hombre está siempre expuesto al
peligro de degradarse hasta llegar a ser algo, de transformarse en un mero
qué, pero al mismo tiempo está provisto de la capacidad de liberarse de cada
degradación y de elevarse a la altura de un quién y un alguien, dotado de
iniciativa. El hombre se mueve entre la posibilidad de degradarse hasta ser una
especie de algo, un anónimo eso, y la posibilidad de alzarse hasta un yo
responsable. Al realizar este movimiento el hombre no está encerrado, sino
que a través de él se logra abrir una brecha en los límites de la caverna,
que no conoce esta diferenciación y confunde el qué y el quién. El hombre no
es el señor y el amo de lo existente, y por ello no puede comportarse con
respecto a lo que es como un arquitecto pretencioso se comporta con respecto a
los materiales a partir de los cuales, en las circunstancias dadas, sólo
puede construir una u otra variante de caverna: primitiva, cuartelaria, de
concentración o, en el mejor de los casos, de lujo. Por su determinación y su
misión, el hombre es uno de los jugadores en el juego en el que la realidad
entra en relación con él, apareciendo como lo sorprendente, lo imprevisible,
lo secreto, el destino, la fortuna. Cuando el hombre está poseído por la
avidez y la codicia y maneja estas potencias como si fueran objetos controlables
y manipulables, inevitablemente fracasa como un demente enceguecido.
El idioma checo, esta
cenicienta de los idiomas en lo que a terminología filosófica se refiere,
resplandece de vez en cuando con percepciones inesperadas en las que de pronto
se descubre la esencia oculta de las cosas. ¿Cómo es el pueblo que es sujeto
de la democracia, cómo debe definirse al pueblo para que sea el pueblo de la
democracia? El checo responde: el pueblo es la gente, gente es hombre en
plural. En alemán se dice: der Mensch, die Leute, das Volk; en castellano: el
hombre, la gente, el pueblo; en ruso: cheloviek, lyudi, narod; en checo:
clovek, lidi, lid. El hombre es la praxis, en tanto que praxis no produce sólo
instrumentos, aparatos, construcciones y sistemas, un conjunto de cosas
(pragmata), sino que funda el mundo: comprende lo que en conjunto es y entiende
esta comprensión como una invitación a salir de la caverna hacia la apertura
y, en esta salida y esta transgresión, fundar el mundo. Mientras la gente
vive en el encantamiento y la maldición de la caverna es víctima de una
imaginación degradada, no es capaz de imaginar más que la monotonía y la
estéril identidad del creciente
bienestar, permanece en la impotencia y sobrevive como endeble accesorio del
omnipotente seudosujeto. Es en el momento en que la imaginación le sugiere que
la caverna no es la única realidad cuando se aproxima el comienzo de la ruptura
liberadora. La democracia que sea capaz de resistir al aparentemente todopoderoso
Leviatán moderno y se atreva a la ruptura liberadora de la caverna expansiva no puede ser una democtacia (sólo) social, porque lo social reduce al
hombre a un sistema de necesidades que son ilimitadas e insaciables, sino que
debe convertirse en una democracia metafísica, que entienda al hombre como
todo un acontecimiento histórico y le invite a fundar el mundo. La democracia es el poder del pueblo que funda un mundo en el que la gente pueda
habitar poéticamente.
[*] El texto pertenece originalmente a una conferencia dentro de un ciclo titulado "El principio de la esperanza y la voluntad de poder", en Görlitz, Alemania, mayo de 1993. Sería reimpreso el mismo año en la antología de artículos El siglo de Grete Samsa [Století Markéty Samsové], Český spisovatel, Praga. La presente traducción al castellano, de Fernando de Valenzuela, aparecería al año siguiente, en 1994, en la revista Claves de razón práctica, nº 44. págs. 35 a 39.
[1] S'il est bon de savoir employer les hommes tels qu'ils sont, il vaut beaucoup mieux encore les rendre tels qu'on a besoin qu'ils soient; l'autorité la plus absolue est celle qui pénétre jusqu'a l'intérieur de l'homme...”. Rousseau: De l'économie politique, Oeubres completes, Francfort, 1885, t. IIl, pág. 172.
[2] "... die höchste und umfassendste Kunst". Carta del doctor Goebbels a Furtwängler, de 1933. En H. Brenner, Die Kunstpolitik des Nationalsozialismus, Rowolt, 1963, pág. 178.
[3] Con una provocativa e inspiradora parcialidad trata este tema Ph. Lacoue-Labarthe: La fiction du politique. Heidegger, l'art et la politique, París, 1987, págs. 92 y siguientes.
[4] Hobbes: Leviathan, comienzo del capítulo 29, con la clásica escisión de las personas en sujetos (the Maker) y material (the Matter).
[5] "... diesen Philosophie endigt mit der Vergöttlichung des Staats”. Schelling: Grundlegung der positiven Philosophie, Torino, 1972, pág. 235.
[6] Ver Schelling: Über das Wesen deutscher Wiessenschaft, Werke, vol. VII, pág. 11. Franz Rosenzweig: Das älteste Systemprogramm des deustchen ldealismus, Gesammelte Schriften, vol. III, Dordrecht, 1984, pág. 19: "... jeder Staat muss freie Menschen als mechanisches Ráderwerk behandeln; und das so!l er nicht; also soll er aufhóren".
[7] "... ein ungeheueres System von Gemeinschaftlichkeit und gegenseitiger Abhängigkeit, ein in sich bewegendes Leben des Toten, das in seiner Bewegung blind und elementarisch sich hin und her bewegt, und als ein wildes Tier einer beständigen Beherrschung und Bezähmung bedarf”. Hegel: Realphilosophie, vol. 1, pág. 240.
[8] W. Rathenau: Deutschlands Rohstoffversorgung, Berlín, 1916, pág. 16.
[9] Rosa Luxemburg: Die Akkumulation des Kapitals, Berlín, 1923, pág. 251.
[10] Epílogo a la edición checa de Leviatán, Praga, 1941, pág. 46
[11] "... es sind verbildete, ibersättigte moderne Kulturmenschen, die sich maulwurfegleich in der herz- und sonnenlosen Pracht vergraben...". W. Jaeger: Aristoteles, Berlín, 1923, pág. 168.
[12] Martin Heidegger im Gespräch, Pfullingen, 1988, págs. 96 y 100.
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