lunes, 1 de julio de 2019

El hombre, medida de todas las cosas (1993)




El hombre, medida de todas las cosas (1993)

Karel Kosík [*]


Profesor, usted ha sido considerado, a nuestro modo de ver con razón, el representante más destacado del marxismo (o neomarxismo) checo; ahora bien, parece que en este momento la interpretación marxista está contra las cuerdas, ya que la historia (o mejor dicho, la praxis) ha salido vencedora frente a la ideología. ¿Cuál es su posición al respecto? ¿Cabe una simplificación semejante de la globalidad?

Recuerdo que hace diez o quince años, cuando con fecuencia me citaban a interrogatorios, los funcionarios de la seguridad del Estado me preguntaban: «¿Es usted marxista?» Y en aquellos tiempos yo respondía: «Si Breznev y Husák son marxistas, yo no puedo ser marxista. Si yo soy marxista, ellos son antimarxistas declarados.» Hoy, sin embargo, la situación ha cambiado. A partir de noviembre de 1989, las personas de orden dejaron de hablar del autor de El Capital (después de Spinoza y Hegel, se repite la historia de «muerto el perro...»), y los notables de Praga se apresuraron a demostrar su lealtad a la economía de mercado borrando los nombres de Marx y de Rosa Luxemburgo del callejero. En una situación así, me pareció un gesto de elemental decencia (¿no sería necesario recordar qué significaba la decencia, el pudor, el aidos en la antigua Grecia? La decencia es el principio fundamental de la democracia) asumir públicamente la defensa de aquel gran pensador. Conozco los obstáculos de un efoque semejante. Quien se inscribe en una corriente determinada de pensamiento y se considera tomista, husserliano o heideggeriano, se expone al riesgo de suscribir la doctrina y perder la capacidad de pensar. Así pues, si debo definir mi adscripción diría que soy seguidor del pensamiento crítico. Tal vez una expresión como ésta resulte imprecisa, una de las dos palabras sobra: el pensamiento es en su esencia crítico, y la verdadera crítica es reflexiva.

El pensamiento es un gran don y una aparente obviedad, pero a la vez es doloroso, agotador, no obvio. De ahí que a menudo se lo confunda con un sucedáneo, que es el cálculo. El cálculo llega sin esfuerzo, por sí solo: la gente calcula la manera de comprar a buen precio, de ganar mucho, de eliminar a un adversario o de conseguir un cargo importante o un puesto influyente, calcula y tiene la impresión de que conoce la vida y de que sabe cómo marchan las cosas del mundo, cuando en realidad esa misma gente no tiene ni la más remota idea de lo que ocurre a su alrededor, y menos aún a ella misma. Ceden a la impresión y se convierten en fácil presa de la ideología, vieja o nueva. El pensamiento y la ideología se excluyen mutuamente. La ideología no piensa, sino que calcula y mistifica.

Usted ha guardado un largo silencio tras la breve e intensa temporada a la que se da el nombre de Primavera de Praga. ¿Por qué? ¿Era acaso un silencio que estaba preparando algo nuevo?

¿Qué es el silencio y qué significa callar? En esta época charlatana, ¿el silencio no resulta acaso elocuente? ¿Y acaso no recuerda la existencia de lo sustancial y de las cosas sustanciales, que la pura palabrería pasa por alto y confunde?

Los literatos tienden a sobrevalorar el significado de la palabra escrita o dicha, y por ello a menudo se les escapa el sentido del silencio del pueblo (o sea, de la mayoría). En la diferencia semántica de las tres frases: la mayoría calla, la mayoría ha callado, la mayoría ha sido acallada, se extrae la diferencia de las situaciones históricas. Hay momento en los que a las calles, a las plazas, al aire libre salen cientos de miles de personas, y así, formando una multitud, dicen lo que opinan sobre la política. La multitud que lanza eslóganes, que proclama glorias o vergüenzas, decide la historia: pueden caer gobiernos consolidados o recuperarse durante un tiempo regímenes que están en la cuerda floja. El pueblo, que en noviembre de 1989, en Praga, derribó con su sola presencia en la calle un régimen podrido y enmohecido, hoy calla. ¿Calla porque está cansado y desilusionado, porque se ocupa de sus asuntos, del trabajo, de medrar, de la caza del patrimonio; o bien porque no tiene nada que decir, porque deja que otros, sus representantes, hablen por él y en su nombre? ¿O acaso expresaría gustoso su insatisfacción y sus temores, pero no tiene oportunidad de hacerlo y no es capaz de formular sus sensaciones con las palabras adecuadas? ¿O ha caído de nuevo, como tantas otras veces, en la indiferencia, en una indiferencia de la que podrán sacarlo tan sólo las sacudidas del mañana?

Los literatos muchas veces no entienden que la mayoría habla también cuando calla, ya que se pronuncia con su lenguaje, que los maestros de la pluma ignoran. Hay quien tiene que sembrar y cosechar, quien tiene que construir casas, quien tiene que conducir los autobuses y los trenes, quien tiene que repartir la correspondencia, quien tiene que producir en las fábricas, quien tiene que talar los bosques y cultivar las vides, quien tiene que curar y operar; ésa es la elocuencia de la gente, que los literatos, fulgurados por la contemplación de lo inusual y admirados de su propia excepcionalidad, consideran ordinaria. Los intelectuales de nuestra época, narcisistas engreídos y vanidosos, se miran tanto a sí mismos, creen tanto en su importancia y se recrean hasta tal punto en sus propios discursos ruidosos y prolijos, que no oyen lo que dice el silencio del pueblo (de la mayoría muda, que no habla) o lo que anuncian los acontecimientos, los hechos, las historias, cuyo sentido y avisos no tienen en cuenta.

En 1958, en una gran asamblea de «filósofos» pragueses (había cerca de doscientos) me exhortaron a «caminar con el espíritu de la época» y a renegar de mi frase: «Ha terminado el dominio de la ideología, empieza la época del pensamiento crítico». Me negué. En 1969, Gustav Husák y el presidente de entonces trataban de convencerme de caminar con «el espíritu de la época» y a renegar de mi opinión de que lo del 21 de agosto de 1968 había sido una invasión militar. Me negué. A partir de noviembre de 1989, de distintos sitios me llegan señales que me dicen que siente cabeza, que sea de una vez razonable, que camine con «el espíritu de la época>> y de que me sume a los demás en la aceptación de la nueva ideología. Se me da a entender que si lo hago podré hablar en la radio o en la televisión y que también se me permitiría publicar, incluso en el renombrado Literární noviny.

Quien calla no se compromete con nadie a permanecer en silencio siempre, ni renuncia a la posibilidad de pedir, de nuevo, alguna vez, la palabra, siempre que tenga algo que decir. ¿Qué es lo que he hecho en los últimos veinte años, durante los cuales primordialmente he callado, mientras el poder, con amenazas, intentaba hacerme callar? He vivido y también he reflexionado. No he inventado nada nuevo, tan sólo he examinado con el pensamiento temas viejos, muy viejos, eternos y siempre temporales: qué es la verdad, quién es el hombre. ¿Habré reflexionado en balde?

Da la impresión de que Mitteleuropa se resiente siempre de las heridas de los tiempos: Versalles, Múnich, Yalta, el sesenta y ocho pragués, el angustioso desmembramiento de Yugoslavia. En este marco se incluye hoy también la separación de checos y eslovacos. ¿Por qué no se levanta una sola voz de protesta y todo parece necesario, dialécticamente necesario? ¿Acaso no se trata de una realidad dramática que afecta no solamente a los pueblos de las regiones mencionadas (del corazón de Europa) sino a toda Europa y a su porvenir?

Le ruego que no considere una pedantería que empiece mi respuesta con una nota polémica. El término Mitteleuropa está demasiado cargado de lastre ideológico como para que pueda servir de punto de partida a una reflexión acerca de una parte determinada de Europa. Mitteleuropa es un término que vela las ambiciones imperiales y de dominio de los alemanes sobre un territorio habitado por checos, eslovacos, húngaros, austriacos e italianos. Por ello elijo, en consciente polémica con dicha acepción, el término de «Europa central», que para mí abarca el espacio histórico ocupado por checos, alemanes, judíos, eslovacos y húngaros, y que se defiende de dos amenazas foráneas: el pangermanismo (el viejo y el nuevo) y el zarismo (el tradicional y el moderno).

En 1963 escribí un artículo que titulé Hasek y Kafka, o el mundo grotesco. No era un ensayo literario, sino una declaración programática que subrayaba que Europa central es un espacio histórico, y por ende también cultural y espiritual, el lugar de la relación, del encuentro y de la influencia recíproca de muchas naciones y muchas nacionalidades, sin que pueda por tal motivo ser reducido o transformado (a menos que quiera perder su carácter creativo y de síntesis) por el dominio monopolista de una nación sobre las demás. Cuando hace treinta años llamaba la atención sobre el hecho de que la cultura de Europa central es el producto y el fruto no de una sola nación y de su supremacía, sino del contacto, del enfrentamiento y de la mutua influencia entre checos, alemanes y judíos, mi opinión quedaba como un llamamiento aislado, mientras que hoy se ha convertido en una frase hecha y una trivialidad. Por ello me veo obligado a repetir mi vieja idea, esta vez en forma de pregunta: «Si como checos éramos lo que somos en una especial comunicación con los alemanes, los judíos, los austriacos, los eslovacos, hoy, ¿no corremos el riesgo de quedarnos huérfanos y abandonados?». Los judíos han sido exterminados; los alemanes, deportados; el Estado común de checos y eslovacos se ha disuelto. Los lazos seculares de los que surgía la cultura se han roto y los checos son arrojados al vacío, o mejor dicho a la rígida grisalla y a la uniformidad dictadas por el dominio monopolista del mercado y de sus mecanismos. En la disolución de estas conexiones históricas se oculta una decadencia más profunda: el hombre moderno, también en Europa central, pierde y renuncia a la relación con la verdad y con el Ser, al que confunde con un sucedanio, esto es, la aspiración a manipular y a disponer de todo. También en Europa central se está desarrollando el drama que decide la fisonomía de la época moderna, sólo que ese drama está disfrazado con ropajes distintos. La fórmula histórica, el paradigma de la época moderna, suena así: el hombre (Descartes) se libera de sus tradicionales lazos, tanto eclesiásticos como seculares, que considera un peso y un obstáculo, se niega a obedecer a una autoridad externa, decide aplicar en todo su propia razón, y en este acontecer liberador se constituye un sujeto heroico autónomo (Diderot, Mozart, Kant). Pero este grandioso principio moderno está caracterizado por una ambigüedad: el sujeto no tiene solamente la voluntad de ser libre, sino que está poseído por el ansia de dominar la naturaleza, de convertirse en su único señor y amo. Esta ambigüedad se cumple como drama de la obsesión (Los demonios, de Dostoievski) y culmina en un desbarajuste completo (die verkehrung, die verstellung, dicen los filósofos alemanes), en el que el sujeto orgulloso y triunfante, decidido a reinar sobre todo, erige un sistema que garantiza el confort y produce bienestar, pero también devastación, penuria espiritual, vacío. El incontenible subjetivismo de la época moderna (manipular y disponer de todo) acaba refrenando nuevamente a los hombres, los encadena al funcionamiento de un sistema que los transforma en accesorios de sí mismos, en objetos de sí mismos, en criados de sí mismos. Este desbarajuste y este desorden generan zozobra (Kafka), pero también irrisión y escarnio (Hasek).

La peculiaridad de la situación checa, es decir, de la variante centroeuropea de un drama mundial, reside en el hecho de que este proceso universal se desarrolla como si fuese descrito o inventado por Kafka o Hasek, como grotesco y farsa. La época actual no es un theatrum mundo, no es «el espectáculo del hombre y del destino, el espectáculo en el que Dios es espectador» (G. Lukács), sino una farsa en cuya trama se ha incluido a un dios depuesto y humillado para que desempeñe un papel penoso y le confirme al sistema que es la única realidad, frete a la cual no existe alternativa. El dios cristiano, los dioses paganos y neopaganos no residen ya en los cielos como personificación de lo sublime que se irradia hasta las mismas calles, sino que se ven arrastrados por la corriente uniforme de la trivialidad y de la cotidianidad en cuanto accesorios suyos y sostenedores.

En tierras checas se entrelazan hoy dos procesos: la restauración del capitalismo primitivo del siglo XIX y la instauración del sofisticado neocapitalismo contemporáneo. Y todos los exponentes de la restauración y de la instauración llevan a cabo un proyecto que históricamente ya está superado. El paradigma histórico actual ha llegado al final y a los límites de su razón y de su imaginación; se ha agotado.

En tierras checas se tiene la impresión de que se asiste al silencio de la cultura, al silencio de los intelectuales frente a los cambios políticos que se van produciendo. Por otra parte, nos parece que las relaciones entre política y cultura han sido muy estrechas a lo largo de su historia. ¿A qué respondería esto que, según muchos, es una «mala nueva»?

El paradigma histórico dominante ha llegado a su término y a sus límites: su existencia es la supremaciía de una repetición estéril de lo igual en dimensiones gransiosas. Lo que equvale a decir que aumenta no sólo la riqueza de una minoría privilegiada (los habitantes del Norte), sino que además propaga la vacuidad y la penuria de espíritu, de donde nacen la violencia, la frustración, las drogas, la desesperación, el descontento, la mafia, la prostitución de todo tipo. La gente está inmersa en un discurrir dictatorial e ininterrumpido de imágenes (radio, televisión, publicidad, cine), y consume pasivamente los estereotipos que se le sirven, de manera que pierde la imganicación y la fantasía: se ha convertido en víctima de las imágenes prefabricadas. ¿Qué es lo que nos puede salvar de esta catastrófica penuria de espíritu? No existe ningún dios que pueda salvarnos, y esperar su venida mañana, en el futuro, implica permanecer presos en la penuria de espíritu imperante. Solamente la imaginación nos puede sacar de la penuria de espíritu. Todo el poder liberador brota de la imaginación creativa.

¿Qué piensa de la política checa de hoy, de su pragmatismo y de la ausencia, si cabe hablar así, de una perspectiva universal? De hecho, son los políticos pragmáticos los que predominan y no los políticos pensadores, que en Chescoslovaquia tienen una tradición importante. A decir verdad, Masaryk y Palacky, por ejemplo, parecen por completo arrinconados, o mejor dicho simples recuerdos del pasado, totalmente fuera de juego.

Europa central gira hoy dentro del paradigma que determina el movimiento del planeta y hasta hoy no ha tenido ni valor ni imaginación cretiva para desenmascarar la usura, el carácter obsoleto, la penuria de espíritu.

La desmoralización que estalló (evito intencionadamente decir «que empezó») en 1938 con el diktat de Múnich y con la capitulación (hoy ya nadie sabe quién entregó entonces la república a Hitler sin oponer resistencia), no se ha detenido después de noviembre de 1989, sino que más bien ha proseguido e incluso se ha profundizado. En efecto, es ya manifestación de una nueva falsificación y de una nueva mistificación el hecho de que la ideología actual del gobierno hable de cuarenta años nefastos o perdidos. Decisivo es el periodo de cincuenta y cinco años, desde 1938 hasta hoy, que en tierras checas es una época de devastación moral y de vacuidad espiritual, interrumpida sólo temporalmente y durante lapsos muy breves por realizaciones y acciones destacadas en las que tomaban la palabra el espíritu y la moral, que luego serían una vez más excluidas de la escena por intérpretes sin alma, inmorales o débiles y titubeantes.

El corto periodo de tres años que nos separa del convulsivo noviembre de 1989 está caracterizado por la pérdida de las ilusiones y del entusiasmo inicial. ¿Hemos pasado rápidamente de los sueños, de las esperanzas y de las visiones a la realidad? En absoluto. Lo que se ha dado es sencillamente la caída en el puto interés al que la realidad ha quedado reducida. La gente no vive en la realidad, no sabe lo que es, sino que se ve atraída y desviada hacia la pseudorrealidad, hacia una caverna distinta al final de la cual se le promete confort y felicidad. Y esta farsa la interpretan todos los actores con cara seria, mit den wichtigsten gesichtern, como escribió Georg Büchner.

La sociedad y el comportamiento de la gente dentro de la misma quedan reducidos al puro interés. La socedad se reduce a un circo en el que se enfrentan los distintos sujetos que intrigan con el interés, al tiempo que una política ilustrada regula y modera tales antagonismos. Pero ninguno de los actores en liza, ni los moderadores ni los intérpretes que reclaman el consenso, saben, siquiera mínimamente, que los intereses que se enfrentan y se equilibran son una mistificación y una baja derivación del ser del hombre, que es inter-esse. Estar entre lo finito y lo infinito, entre la verdad y la no verdad, entre el bien y el mal, entre la mistificación y la denuncia. El hombre no es solamente y sobre todo un «sistema de necesidades», sino también y fundamentalmente necesidad metafísica (die transzendentale bedürftigkeit en Hegel y en Hölderlin), esto es, el hombre necesita, para ser hombre, de la verdad, del lenguaje, del bien, de la belleza. Por ello la existencia humana es un drama cuya interpretación se reanuda siempre desde el comienzo (tragedia, comedia, farsa, grotesco).

¿Qué puede hacer hoy en el país de Hasek la mayoría, es decir, aquellos que están ligados a su propio trabajo y no a un patrimonio que genera renta? Pueden observar de qué manera los intérpretes históricos, los nuevos ricos, los nobles y la Iglesia se pelean por la propiedad y por los beneficios; pueden observar de qué manera los literatos, que antes se consideraban a sí mismos como «la conciencia de la nación», hermosean esta trivialidad de pandereta y se convierten en sus apologistas: la mayoría puede asistir a este espectáculo teatral, pero nadie tiene poder para pohibir la risa.

Masaryk, a quien usted ha mencionado, no está muy de moda hoy. Cosa que no debe sorprender: su gran logro, el Estado común de checos y eslovacos, lo han deshecho los políticos, algunos de los cuales actuaron intencionadamente, otros por incapacidad; en cualquier caso, ninguno de ellos tenía esas dotes imaginativas que estuvieron en el origen de la común república democrática en 1918. Los checos y los eslovacos tienen dos lenguas emparentadas entre sí, se entienden sin intérprete, pero su historia, el pasado, el temperamento, su modo de pensar, son completamente distintos. El Estado común de checos y eslovacos ha sido un experimento histórico valiente: ¿Pueden vivir juntas dos individualidades tan diferentes? Para que un experimento así diese resultado era necesario que se cumpliesen una serie de condiciones. La democracia tendría que haber sido completa y coherente, de modo que todos se sintiesen en la república como en su propia casa y no expermientasen la necesidad de separarse. Segundo punto: la dirección política tendría que haber demostrado la voluntad de defender la república, tanto en 1938 como en 1968. Y, en fin, un tercer punto: que los alemanes quieran vivir y vivan en un Estado común es para ellos algo natural, así como para los franceses y para los polacos. Pero un Estado común de naciones tan distintas no es una obviedad, su motivación y su existencia exigen imaginación política, previsión, sabiduría. Lástima que en tierras checas estas cualidades hayan desaparecido con Masaryk.

¿Y Palacky? ¿Acaso no son todavía válidas sus advertencias cuando decía que los checos sin aliados -los más naturales son los eslovacos- se convertirían en fácil presa de sus vecinos expansionistas y correrían el riesgo de caer en un estado de subordinación como protectorado o como gubernia?

La cuestión checa parece desplazarse de la cuestión soviética, ya resuelta, a la cuestión alemana, todavía abierta. ¿Los checos están destinados a medirse con un vecino fuerte, por lo que tendrían la necesidad de examinarse constantemente a sí mismos a través de una reflexión profunda, universal?

-La «cuestión checa» es en realidad un medirse constante con vecinos que no son sólo numéricamente más fuertes, sino que se distinguen ahí radica lo esencial de dicha «cuestión», tanto por su expansionismo como por su elevado grado de cultura. En el siglo XIX, los checos respondieron a los rusos y a los alemanes por boca de sus propios representantes: admiración por Kant, pero rechazo de la agresividad y de la superioridad pangermánicas (Palacky), desprecio por el zarismo e infinito amor por Gogol (Havlicek).

Hoy, en las postrimerías del siglo, a nosotros, pueblo eslavo poco numeroso de Europa central, ya no nos amenaza ni la germanización ni la rusificación. ¿Ya no estamos amenazados, entonces? Tal vez más que nunca.

Por ahora no me pronuncio sobre el argumento según el cual da lo mismo que Europa central sea dominada por el débil capital checo o por el fuerte y dinámico capital alemán, norteamericano o japonés. Lo importante es saber qué modo (estilo) de vida impondrán esta o aquella fuerza a la nación, y por ende a mí. Para conseguir la afirmación, el capital checo debe convertirse en un componente, en una filial, en una voz del capital supranacional, y por tanto habrá de desempeñar las funciones y cumplir los encargos de aquel capital.

Me niego a aceptar la penuria de espíritu, la agresividad y la vulgaridad del capital internacional o supranacional, que ya no es el obsoleto capital del siglo XIX, sino que figura, es decir, domina hoy en día globalmente como supercapital, y como una moderna bestia triumphans lo somete y fagocita todo para su avance y su funcionamiento.

El desmontaje de la nación al que estamos asistiendo no es más que el resultado de la destrucción global del hombre, que ya no está calificado (definido) por la relación con la verdad y el Ser, sino mortificado (en su opinión, naturalmente, elevado) por un perfectible, nunca realizado «sistema de necesidades». Se ha producido un desplazamiento catastrófico: el hombre está excluido del lugar que le espera, ha sido apartado y llevado a otra parte completamente distinta, a la trivialidad y a la penuria de espíritu, a la unidimensionalidad del funcionamiento del sistema. Y la ideología posmoderna se suma a este declive con la afirmación de que la verdad no existe. Si no existe la verdad, tampoco puede existir la mentira. La verdad no es sólo un metro, sino también una posibilidad de distinción entre lo verdadero y lo falso, entre lo sublime y lo falso. Si no existe la verdad, todo se funde en una grisalla irreconocible, en una identidad vacía, tétrica.

Usted está interesado en el futuro del socialismo y de la democracia. Hoy por hoy, la izquierda europea, y en especial el movimiento sindicalista, parecen hallarse en crisis. El fin del «socialismo llegado del frío» ha conllevado también la crisis del socialismo democrático. ¿No es así?

De todo lo que he dicho se deduce que: el movimiento socialista está y tiene que estar en crisis, dado que gira dentro del paradigma imperante, históricamente agotado, estéril y pobre de espíritu, y además no demuestra valor ni imaginación para superar ese paradigma y romperlo. La crisis de la época moderna reside en el hecho de que frente al paradigma imperante, realizado en Europa, en Japón, en Norteamérica, falta una alternativa liberadora. Esta alternativa no es algo distinto, sino el mismo metro y la misma dimensión con los que se consigue superar la limitación de la caverna sea de cuartel o de lujo, y con los que se procede, al aire libre, a la fundación del mundo. El regreso a la antigua polis o a la comunidad cristiana medieval, que poseían esta dimensión, no es posible, la vida en el interior de las mismas resultaría insoportable para el hombre moderno. Una alternativa liberadora puede, por consiguiente, nacer de la imaginación creativa y reflexiva, de la búsqueda de la dimensión de la que carece la época moderna.

Si la «izquierda» no toma nota de esta realidad, se verá compitiendo y a la vez sirviendo de respaldo a la «derecha» en la farsa de hoy, que es estéril, penosa, ridícula, pero que también puede convertirse en una farsa sangrienta, en una catástrofe sin fin.

El pensamiento ha de permanecer fiel a sí mismo. Su suprema y única fidelidad es la de pensar. Por tanto, no debe fantasear e inventar un nuevo paradigma, basta con que reflexione sobre lo que hoy en día impera y que trate de analizar la simbiosis ciencia-técnica-economía. Una vez escribí que en esta terna están cifradas y, por tanto, ocultas las posibilidades liberadoras, siendo tarea del pensamiento preguntarse otra vez qué es la economía (¿qué es la casa, la vivienda, qué significa administrar?), qué es la ciencia (¿qué significa para el hombre saber las cosas sustanciales y saberlas distinguir de las secundarias?), qué es la técnica (¿qué es el arte de estar en el mundo y no vivir en una caverna que no tiene conocimiento del mundo o que lo niega?).

En lo que respecta a las tierras checas, ¿qué perspectivas cree que puede tener la socialdemocracia y la izquierda en general?

Ese es un tema que afecta a las tierras checas con una urgencia mayor, ya que la ideología dominante vela el hecho de que todos los partidos del espectro político, como se dice hoy, actúan dentro del sistema, de un sistema que ya ha agotado sus posibilidades históricas y que produce, por tanto, con gran lujo de la minoría, tan sólo devastación y esterilidad. La «derecha», la «izquierda» y el «centro» en sus programas, en su actividad y en sus contrastes recíprocos, no hacen más que mantener y conservar este sistema como única realidad frente a la cual no existen alternativas.

El hundimiento del Imperio soviético es un paso liberador en la búsqueda de una alternativa. Ya pueden decir lo que quieran los ideólogos del neocapitalismo, pero lo cierto es que es propio de la ironía del siglo XX el hecho de que ese sistema se disolviera no porque fuese soviético y comunista, sino porque liquidó los soviets (los consejos de trabajadores), sustituyéndolos por una dictadura policial y burocrática, porque reprimió el comunismo como moderna alternativa liberadora y se afirmó como un capitalismo estatal ineficaz e improductivo.

Pasemos finalmente a Hasek y Kafka, a los que usted ha dedicado reflexiones muy intensas. ¿No representan Josef K. y Schwjk una respuesta al «gran mecanismo» político y económico que domina al individuo?

La situación ha cambiado. En los años sesenta (conferencia de Liblice), la obra de Kafka era una ocasión y un pretexto para la crítica y el análisis del presente. La época actual ha comprendido que Kafka es un artículo de reclamo para turistas, y se comporta en consecuencia. Una pregunta tan inquietante como la de si domina entre nosotros y por encima de nosotros, también hoy, en 1993, «la alienación» ya no le interesa a nadie. En el centro de atención están el dinero, la caza del patrimonio, el business.

¿Y Hasek? En el pasado, Schwejk era rechazado porque su calma se compaginaba mal con la movilización de las masas trabajadoras para el cumplimiento del plan quinquenal. Hoy Schwejk ha vuelto a caer en desgracia porque su calma contrasta claramente con la rapiña, con el éxito del emprendedor, con la ansiedad de acumular riqueza, actitudes éstas que todo el mundo fomenta y aconseja. Quien ha vuelto de la guerra, como Schwjk, y no se ha hecho ministro, general, propietario de bienes inmuebles o nuevo rico, demuestra su incapacidad y se granjea el desprecio de todos.



[*] Entrevista realizada por Antonio Cassuti, originalmente publicada en italiano en Micromega. Nº 3. Roma. 1993. La traducción al español es de César Palma y apareció en Leviatán. Revista de pensamiento socialista. II época, nº 53-54 (otoño/invierno, 1993). Madrid, Fundación Pablo Iglesias. págs. 47-54. Otra versión aparecería como "Todo el poder proviene de la imaginación", traducida y editada por Fernando de Valenzuela en Reflexiones antediluvianas, de Kosík. En México, editorial Itaca. 2012. Págs. 21-32. La versión en checo, "Všechna moc vychází z imaginace", aparecida en Právo, Salon, el 18 de septiembre de 1997 (n. 33, págs. 1 a 4), está disponible on-line.

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